Cuando Zara fue a buscar unos tarros de cristal vacíos a la despensa, se topó con un cuenco de madera tras el recipiente de enfriar leche. Lo había tocado y olisqueado. En los bordes del cuenco había algo áspero al tacto. Era levadura de centeno ¿Sería parte de la que su abuela había usado para hacer pan? Dos días y medio, le había explicado ésta. La masa tenía que reposar y fermentar dos días y medio en la habitación de atrás, bajo un paño, a fin de que estuviese lista para amasar. Entonces, el olor del pan se extendía por toda la habitación trasera y al tercer día empezaban a amasar. Amasaban con la frente perlada de sudor, dándole vueltas y vueltas. Aquella misma masa reseca y cubierta de polvo que probablemente no se había usado en décadas, esa misma levadura, la habían amasado las manos jóvenes de la abuela cuando el abuelo y ella vivían allí felices. A la que amasaba había que acercarle de vez en cuando agua para que se mojase las manos. Calentaban el horno con leña de abedul, y más tarde metían dentro un cuenco con carne salada, la grasa se derretía chisporroteando y mojaba en ella el pan recién hecho. ¡Ese sabor! ¡Ese olor! ¡El centeno de su propio campo! Todo aquello le parecía extraño y triste, y el cuenco de madera se le antojó de repente algo muy cercano, como si hubiese tocado la mano de su abuela joven. ¿Cómo había sido aquella mano juvenil? ¿Se acordaría de ponerse cada noche grasa de ganso? Zara había querido curiosear también en el jardín, se había ofrecido a sacar agua del pozo, pero la anciana le había dicho que mojor se quedase dentro. Tenía razón pero, aún así, Zara tenía ganas de salir. Quería dar una vuelta alrededor de la casa, ver todos aquellos sitios, oler la tierra y la hierba, llegarse hsta el cobertizo y mirar por debajo................
Zara quería ver si el árbol de manzanas de la abuela aún estaba en pie, si era el más cercano al cobertizo. Al lado del manzano blanco tendría que haber otro de manzanas ácidas que a lo mejor reconocía, aunque nunca las hubiera probado. Y quería ver la pavía y el ciruelo y las piedras que se erguían en medio del terreno detrás del cobertizo, allí donde había serpientes, que a la abuela le daban miedo, pero donde también había moras y por eso siempre iba. Y las alcaraveas, ¿las tendría Aliide aún en el mismo lugar?"
Purga - Sofi Oksanen
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