lunes, 29 de junio de 2015

cuando el azul no es bienvenido

"Felícito Yanaqué, dueño de la Empresa de Transportes Narihualá, salió de su casa aquella mañana, como todos los días de lunes a sábado, a las siete y media en punto, luego de hacer media hora de Qi Gong, darse una ducha fría y prepararse el desayuno de costumbre: café con leche de cabra y tostadas con mantequilla y unas gotitas de miel de chancaca. Vivía en el centro de Piura y en la calle Arequipa había ya estallado el bullicio de la ciudad, las altas veredas estaban llenas de gente yendo a la oficina, al mercado o llevando los niños al colegio. Algunas beatas se encaminaban a la catedral para la misa de ocho. Los vendedores ambulantes ofrecían a voz en cuello sus melcochas, chupetes, chifles, empanadas y toda suerte de chucherías y ya estaba instalado en la esquina, bajo el alero de la casa colonial, el ciego Lucindo, con el tarrito de la limosna a sus pies. Todo igual a todos los días, desde tiempo inmemorial.
Con una excepción. Esta mañana alguien había pegado a la vieja puerta de madera claveteada de su casa, a la altura de la aldaba de bronce, un sobre azul en el que se leía claramente en letras mayúsculas el nombre del propietario: don felícito yanaqué. Que él recordara, era la primera vez que alguien le dejaba una carta colgada así, como un aviso judicial o una multa. Lo normal era que el cartero la deslizara al interior por la rendija de la puerta. La desprendió, abrió el sobre y la leyó moviendo los labios a medida que lo hacía: "

El héroe discreto - Mario Vargas Llosa


viernes, 26 de junio de 2015

aromas y sabores encierra el alma

Hacía ya muchos años que no existía para mí de Combray más
que el escenario y el drama del momento de acostarme, cuando un día
de invierno, al volver a casa, mi madre, viendo que yo tenía frío,
me propuso que tomara, en contra de mi costumbre, una taza de té.
Primero dije que no; pero luego, sin saber por qué, volví de mi acuerdo.
Mandó mi madre por uno de esos bollos, cortos y abultados, que llaman
magdalenas, que parece que tienen por molde una valva de concha de
peregrino. Y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y
por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los
labios unas cucharadas de té en el que había echado un trozo de
magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las miga
del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo
extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me
invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba. Y él me convirtió las
vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y
su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor,
llenándose de una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no
es que estuviera en mí, es que era yo mismo. Dejé de sentirme
mediocre, contingente y mortal. ¿De dónde podría venirme aquella
alegría tan fuerte? Me daba cuenta de que iba unida al sabor del
té y del bollo, pero le excedía en, mucho, y no debía de ser de la
misma naturaleza. ¿De dónde venía y qué significaba? ¿Cómo llegar a
aprehenderlo? Bebo un segundo trago, que no me dice más que el
primero; luego un tercero, que ya me dice un poco menos. Ya es hora
de pararse, parece que la virtud del brebaje va aminorándose. Ya se ve
claro que la verdad que yo busco no está en él, sino en mí. El brebaje la
despertó, pero no sabe cuál es y lo único que puede hacer es repetir
indefinidamente, pero cada vez con menos intensidad, ese testimonio
que no sé interpretar y que quiero volver a pedirle dentro de un
instante y encontrar intacto a mi disposición para llegar a una
aclaración decisiva. Dejo la taza y me vuelvo hacia mi alma. Ella es la
que tiene que dar con la verdad. ¿Pero cómo? Grave incertidumbre ésta,
cuando el alma se siente superada por sí misma, cuando ella, la que
busca, es juntamente el país oscuro por donde ha de buscar, sin que le
sirva para nada su bagaje. ¿Buscar? No sólo buscar, crear.
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Pero cuando nada subsiste ya de un pasado antiguo,
cuando han muerto los seres y se han derrumbado las cosas, solos,
más frágiles, más vivos, más inmateriales, más, persistentes y más
fieles que nunca, el olor y el sabor perduran mucho más, y recuerdan, y
aguardan, y esperan, sobre las ruinas de todo, y soportan sin doblegarse
en su impalpable gotita el edificio enorme del recuerdo.

En cuanto reconocí el sabor del pedazo de magdalena mojado
en tilo que mi tía me daba (aunque todavía no había descubierto
y tardaría mucho en averiguar porqué ese recuerdo me daba tanta
dicha), la vieja casa gris con fachada a la calle, donde estaba su cuarto,
vino como una decoración de teatro a ajustarse al pabelloncito del
jardín que detrás de la fábrica principal se había construido para
mis padres, y en donde estaba ese truncado lienzo de casa que yo
únicamente recordaba hasta entonces; y con la casa vino el pueblo,
desde la hora matinal hasta la vespertina, y en todo tiempo, la plaza,
adonde me mandaban antes de almorzar, y las calles por donde iba
a hacer recados, y los caminos que seguíamos cuando había buen
tiempo. Y como ese entretenimiento de los japoneses que meten en un
cacharro de porcelana pedacitos de papel, al parecer, informes, que en
cuanto se mojan empiezan a estirarse, a tomar forma, a colorearse y a
distinguirse, convirtiéndose en flores, en casas, en personajes
consistentes y cognoscibles, así ahora todas las flores de nuestro
jardín y las del parque del señor Swann y las ninfeas del Vivonne y las
buenas gentes del pueblo y sus viviendas chiquitas y la iglesia y
Combray entero y sus alrededores, todo eso, pueblo y jardines, que va
tomando forma y consistencia, sale de mi taza de té.

Por el camino de Swann - Marcel Proust



miércoles, 24 de junio de 2015

la mirada inaprensible

Estaba tendida en un diván de piel azul muy blando. A Coz le gustaba el diván, según le había contado, porque eso les ahorraba tener que establecer contacto visual.
—¿No te gusta el contacto visual? —le había preguntado una vez Sasha. Le parecía raro que un psicoanalista admitiera algo así.
—Me cansa —había respondido él—. Así los dos podemos mirar hacia donde queramos.
—¿Y tú hacia dónde sueles mirar?
Él sonrió.
—Ya ves las opciones que tengo.
—Pero ¿qué miras normalmente? Cuando tienes gente en el diván, quiero decir.
—Nada en concreto —dijo Coz—. Al techo. Al vacío.
—¿Y alguna vez te has quedado dormido?
—No.
Normalmente Sasha miraba hacia la ventana, que daba a la calle, y en la que aquella noche, mientras iba contando su historia, se arremolinaba la lluvia. Había visto la cartera, apetecible y madura como un melocotón. La había sacado del bolso de la mujer y se la había guardado en el suyo, más
pequeño, cerrando la cremallera antes incluso de que dejara de oírse el sonido del pis. Luego abrió la puerta del baño, cruzó el vestíbulo flotando y volvió al bar. Sasha y la dueña de la cartera no se vieron las caras."

El tiempo es un canalla - Jeniffer Egan







lunes, 22 de junio de 2015

los riesgos del movimiento

"Henry Bordeaux, un escritor francés que murió hace treinta años, acuñó una definición, tocante a la política, que tiene visos de dialéctica:  "La política es la historia que se está haciendo, o que se está deshaciendo" Es decir, una historia de ida o de vuelta, pero en movimiento; de ningún modo extinguida, como varios decenios más tarde sentenciaría Fukuyama. El compromiso con la política sería, pues, una actitud frente a esta historia en movimiento. De ahí el riesgo que lleva implícito."
Ocurre sin embargo que de un tiempo a esa parte la historia no sólo se mueve, sino que además zigzaguea, trepida, ondula, patina, se estremece, y en consecuencia es casi imposible escoltarla, darle alcance. La pregunta pertinente sería tal vez con quién nos comprometemos: si con los que hacen historia o con los que la deshacen. De cualquier manera, las modas pasan, los escombros quedan, y quizás por eso, y cada vez más, el compromiso requiera cierta dosis de osadía"

Perplejidades de fin de siglo  - Mario Benedetti


miércoles, 17 de junio de 2015

yo mato tú matas él mata

"Sí, yo maté a ese hombre. Pero no a la mujer. ¿Que donde está ella entonces? Yo no sé nada. ¿Qué quieren de mí? ¡Escuchen! Ustedes no podrían arrancarme por medio de torturas, por muy atroces que fueran, lo que ignoro. Y como nada tengo que perder, nada oculto.
Ayer, pasado el mediodía, encontré a la pareja. El velo agitado por un golpe de viento descubrió el rostro de la mujer. Sí, sólo por un instante... Un segundo después ya no la veía. La brevedad de esta visión fue causa, tal vez, de que esa cara me pareciese tan hermosa como la de Bosatsu. Repentinamente decidí apoderarme de la mujer, aunque tuviese que matar a su acompañante.
¿Qué? Matar a un hombre no es cosa tan importante como la que ustedes hacen. El rapto de una mujer implica necesariamente la muerte de su compañero. Yo solamente mato mediante el sable que llevo en mi cintura, mientras que vosotros matáis por medio del poder, del dinero, y hasta de una palabra aparentemente benévola. Cuando matáis vosotros, la sangre no corre, la víctima continúa viviendo. ¡Pero no la habéis matado menos! Desde el punto de vista de la gravedad de la falta, me pregunto quién es más criminal (Sonrisa irónica) ."

En el bosque - Ryunosuke Agutagawa




lunes, 15 de junio de 2015

silencio en punto final


 "En cuanto la chuleta estuvo hecha y las endibias recalentadas, Bouin lo colocó todo en un plato y se instaló a un extremo de la mesa, delante de su botella, su pan, su ensalada, su queso y su mantequilla.

Con una aparente indiferencia hacia lo que él comía, ella dispuso su cena al otro extremo de la mesa: una loncha de jamón, dos patatas frías que había envuelto en papel de estaño antes de meterlas en la nevera y dos finas rebanadas de pan.

Llevaba cierto retraso con respecto a su marido. En ocasiones uno de ellos se sentaba a la mesa cuando el otro ya había terminado: Pero eso carecía de importancia, pues de todas formas se menospreciaban.

Igual que hacían en silencio todo lo demás, también comían sin dirigirse la palabra.”

El gato  - Georges Simenon


viernes, 12 de junio de 2015

algo más que una nariz

En marzo, el día 25, sucedió en San Petersburgo un hecho de lo más insólito. El barbero Iván Yákovlevich, domiciliado en la Avenida Voznesenski (su apellido no ha llegado hasta nosotros y ni siquiera figura en el rótulo de la barbería, donde sólo aparece un caballero con la cara enjabonada y el aviso de «También se hacen sangrías»), el barbero Iván Yákovlevich se despertó bastante temprano y notó que olía a pan caliente. Al incorporarse un poco en el lecho vio que su esposa, señora muy respetable y gran amante del café, estaba sacando del horno unos panecillos recién cocidos.
-Hoy no tomaré café, Praskovia Osipovna -anunció Iván Yákovlevich-. Lo que sí me apetece es un panecillo caliente con cebolla.
(La verdad es que a Iván Yákovlevich le apetecían ambas cosas, pero sabía que era totalmente imposible pedir las dos a la vez, pues a Praskovia Osipovna no le gustaban nada tales caprichos.) «Que coma pan, el muy estúpido. Mejor para mí: así sobrará una taza de café», pensó la esposa. Y arrojó un panecillo sobre la mesa.
Por aquello del decoro, Iván Yákovlevich endosó su frac encima del camisón de dormir, se sentó a la mesa provisto de sal y dos cebollas, empuñó un cuchillo y se puso a cortar el panecillo con aire solemne. Cuando lo hubo cortado en dos se fijó en una de las mitades y, muy sorprendido, descubrió un cuerpo blanquecino entre la miga. Iván Yákovlevich lo tanteó con cuidado, valiéndose del cuchillo, y lo palpó. «¡Está duro! -se dijo para sus adentros-. ¿Qué podrá ser?»
Metió dos dedos y sacó... ¡una nariz! Iván Yákovlevich estaba pasmado. Se restregó los ojos, volvió a palpar aquel objeto: nada, que era una nariz. ¡Una nariz! Y, además, parecía ser la de algún conocido. El horror se pintó en el rostro de Iván Yákovlevich. Sin embargo, aquel horror no era nada, comparado con la indignación que se adueñó de su esposa.
-¿Dónde has cortado esa nariz, so fiera? -gritó con ira-. ¡Bribón! ¡Borracho! Yo misma daré parte de ti a la policía. ¡Habrase visto, el bribón! Claro, así he oído yo quejarse ya a tres parroquianos. Dicen que, cuando los afeitas, les pegas tales tirones de narices que ni saben cómo no te quedas con ellas entre los dedos.

La nariz - Nicolai Gógol



miércoles, 10 de junio de 2015

arrestando con amor

De pronto vió detenerse, precisamente frente a su ventana, a una anciana ven­dedora ambulante, que llevaba una ces­tita con manzanas. Quedaban pocas; sin duda había vendido ya la mayor par­te. Además, iba cargada de un saco de ramitas secas, que debía de haber reco­gido en los alrededores de alguna fábrica de carbón. Probablemente, regresaba a su casa. Al parecer, el saco le hacía daño en el hombro y quería cambiárselo al otro, para lo cual lo dejó en el suelo, puso la cestita de manzanas en el al­féizar de la ventana y empezó a arreglar las ramitas. Mientras estaba entretenida en ese menester, un golfillo que había surgido de pronto robó una manzana y quiso escaparse. Pero la anciana lo ad­virtió y, volviéndose presurosa, lo aga­rró por una manga. El muchacho se debatió todo lo que pudo; sin embargo, la mujer consiguió retenerlo, le arrancó la gorra y le dió un tirón de pelo.

El golfillo gritaba y la anciana se en­furecía por momentos. Sin perder tiem­po ni siquiera en clavar la lezna, el za­patero la dejó caer al suelo y se pre­cipitó hacia la puerta. En su carrera perdió los lentes y estuvo a punto de rodar por las escaleras. Una vez en la calle, vió que la mujer tiraba de los ca­bellos al mozalbete y lo golpeaba des­piadadamente, amenazándole con entre­garlo a un guardia,

El muchacho seguía debatiéndose y negando su delito.

-¡No he cogido nada! ¿Por qué me pegas? ¡Déjame! -gritaba.

Mijail quiso separarlos. Cogió al mu­chacho de la mano, diciendo:

-¡Déjale, perdónale, por Dios!

-¿Perdonarle? ¡Se acordará de mí!. Ahora mismo voy a llevarlo a la Co­misaría. ¡Granuja!

-Te digo que lo dejes. No lo vol­verá a hacer. Déjale, en nombre de Cris­to-volvió a insistir Mijail.

La vieja soltó al muchacho, que iba a echar a correr, pero el zapatero lo retuvo.

-Pide perdón a esta anciana y no vuelvas a hacer eso nunca más. Te he visto coger la manzana.

El muchacho rompió a llorar, y pidió perdón entre sollozos.

-Eso no está bien -le amonestó Mi­jail. Y ahora, toma una manzana que te doy yo -añadió, cogiendo de la cesta y tendiéndosela al muchacho.

-Mimas demasiado a este ratero -ex­clamó la vieja. Mejor hubiera sido sentarle las costuras de modo que se acordara toda la semana.

-Nosotros juzgamos así, pero Dios nos juzga de otra manera. Si hubiera que azotar a este muchacho por una manzana, ¿qué habría que hacer con nosotros, por nuestros pecados? -replicó el zapatero.

La anciana guardó silencio. Entonces Mijail le contó la parábola del acreedor que perdonó la deuda y del deudor que quiso matar al que le había favorecido. La vieja y el muchacho lo escucharon con atención.

-Dios nos manda perdonar, porque de otro modo no seremos perdonados -prosiguió Mijail-. Hay que perdonar a todos y, principalmente, a los que no saben lo que hacen.

Cuentos selectos - León Tolstoi



lunes, 8 de junio de 2015

convinced to convince


 “What’s your shoe size?”
    This was the Professor’s first question, once I had announced myself as the new housekeeper. No bow, no greeting. If there is one ironclad rule in my profession, it’s that you always give the employer what he wants; and so I told him.
“Twenty-four centimeters.”
“There’s a sturdy number,” he said. “It’s the factorial of four.” He folded his arms, closed his eyes, and was silent for a moment.
 “What’s a ‘factorial’?” I asked at last. I felt I should try to found out a bit more, since it seemed to be connected to his interest in my shoe size.”
 “The product of all the natural numbers from one to four is twenty-four,” he said, without opening his eyes. “What’s your telephone number?”
 He nodded, as if deeply impressed. “That’s the total number of primes between one and one hundred million.”
 It wasn’t immediately clear to me why my phone number was so interesting, but his enthusiasm seemed genuine. And he wasn’t showing off; he struck me as straightforward and modest. It nearly convinced me that there was something special about my phone number, and that I was somehow special for having it."

The housekeeper and the Professor - Yoko Ogawa



viernes, 5 de junio de 2015

el impacto calificativo


"Luis Urquizo habla y se arrebata, casi chorreando sangre el rostro rasurado, húmedos los ojos. Trepida; guillotina sílabas,suelda y enciende adjetivos; hace de jinete, depone algunas fintas; conifica en álgidas interjecciones las más anchas sugerencias de su voz, gesticula, iza el brazo, ríe: es patético, es ridículo: sugestiona y contagia en locura.
Desués dijo:
–Me marcho– Y corriendo, saltó el dintel de la taberna y desapareció rápidamente –¡Pobre! –exclamaron todos–. Está completamente loco.  Urquizo, en verdad, estaba desequilibrado. No cabía duda. Así lo confirmaba el curso posterior de su conducta. Aquel hombre continuó viendo las cosas al revés, trastrocándolo todo, a través de los cinco cristales ahumados de sus sentidos enfermos. Las buenas gentes de Cayna, pueblo de su residencia, hicieron de él, como es natural, blanco de cruel curiosidad y cotidiana distracción de grandes y pequeños.
Años más tarde, Urquizo, por falta de cura oportuna, agravóse en forma mortal en su demencia, y llegó al más truculento y edificante diorama del hombre que tiene el triángulo de dos ángulos, que se muerde el codo, que ríe ante el dolor, y llora ante el placer: Urquizo llegó a errar allende las comisuras eternas, adonde corren a agruparse, en son de armonía y plenitud, los siete tintes céntricos del alma y del color.Por entonces, yo le encontré una tarde.
Desde que le avisté, pocos pasos antes de cruzarnos, despertóse en mí desusada piedad hacia aquel desgraciado, que, por lo demás, era primo mío en no sé qué remota línea de consanguinidad materna; y, al cederle la vereda, saludándole de paso, tropecéme en uno de los baches de la empedrada calle, y fui a golpear con el mío un antebrazo del enfermo. Urquizo protestó colérico:.
 –¡Quía! ¿está usted loco?
 La exclamación sarcástica del alienado me hizo reír; y más adelante fue ella motivo de constantes cavilaciones en que los misterios de la razón se hacían espinas, y empozábanse en el cerrado y tormentoso círculo de una lógica fatal, entre mis sienes. ¿Por qué esa forma de inducción para atribuirme la descompaginación de tornillos y motores que sólo en él había?
Este último síntoma, en efecto, traspasaba ya los límites de la alucinación sensorial. Esto era ya más trascendental, sin duda, desde que representaba, nada menos que un raciocinio, un atar de cabos profundos, un dato de conciencia. Urquizo debía, pues, creerse a sí mismo en sus cabales; debía de estar perfectamente seguro de ello, y, desde este punto de vista suyo, era yo, por haberle golpeado sin motivo, el verdadero loco. Urquizo atravesaba por este plano de juicio normal que se denuncia en casi todos los alienados; plano que, por su desconcertante ironía, hiere y escarnece los riñones más cuerdos, hasta quitarnos toda rienda mental y barrer con todos los hitos de la vida. Por eso, la zurda exclamación de aquel enfermo clavóse tanto en mi alma y todavía me hurga el corazón."

Novelas y cuentos completos  - César Vallejo



miércoles, 3 de junio de 2015

mapuches y capuchinos

"Poco podían las leyes defender al mapuche;  más efectiva fue la defensa que de ellos hicieron los heroicos capuchinos, encarándose con poderosos usurpadores de tierras de los indígenas, reprendiéndolos en privado y también en público, sin consideración ninguna, cuando los veían llegar con refinada hipocresía, a las humildes iglesias misioneras, a tomar parte en alguna ceremonia religiosa, juntamente con los amargados mapuches.
Otras veces los acompañaban con grandes sacrificios a los Juzgados y Notarías para defenderlos y ayudarles; hasta a Santiago también los acompañaban cuando era menester, a presentar sus reclamos a "Don Presidente".
Les costaba bien caro a los capuchinos su valor indomable, su espíritu de justicia y de caridad:  varios establecimientos misionales fueron incendiados para vengar la ayuda prestada por ellos al mapuche."

Campos Menchaca S.J. Mariano - Nahuelbuta


lunes, 1 de junio de 2015

la espera no desespera

"Aunque,  bien pensado, la esperaba a menudo por las noches sin tener nunca la seguridad de que iba a venir. O, si no, llegaba de improviso, a eso de las cuatro de la madrugada. Yo me había quedado dormido, con un sueño ligero, y el ruido de la llave en la cerradura me despertaba sobresaltado. Las veladas se me hacían largas cuando no salía del barrio y me quedaba esperándola; pero me parecía bastante natural. Me compadecía de quienes tenían que apuntar la en la agenda incontables citas, algunas con dos meses de anticipación. Todo estaba decidido y nunca esperarían a nadie. Nunca sabrían que el tiempo palpita, se dilata, luego vuelve a quedarse parado y, poco a poco, nos va dando esa sensación de vacaciones y de infinito que otros buscan en la droga, pero que yo encontraba sencillamente en la espera."

La hierba de las noches - Patrick Modiano