"Felícito Yanaqué, dueño de la Empresa de Transportes Narihualá, salió
de su casa aquella mañana, como todos los días de lunes a sábado, a las
siete y media en punto, luego de hacer media hora de Qi Gong, darse una
ducha fría y prepararse el desayuno de costumbre: café con leche de
cabra y tostadas con mantequilla y unas gotitas de miel de chancaca.
Vivía en el centro de Piura y en la calle Arequipa había ya estallado el
bullicio de la ciudad, las altas veredas estaban llenas de gente yendo a
la oficina, al mercado o llevando los niños al colegio. Algunas beatas
se encaminaban a la catedral para la misa de ocho. Los vendedores
ambulantes ofrecían a voz en cuello sus melcochas, chupetes, chifles,
empanadas y toda suerte de chucherías y ya estaba instalado en la
esquina, bajo el alero de la casa colonial, el ciego Lucindo, con el
tarrito de la limosna a sus pies. Todo igual a todos los días, desde
tiempo inmemorial.
Con una excepción. Esta mañana alguien había pegado a la vieja puerta de madera claveteada de su casa, a la altura de la aldaba de bronce, un sobre azul en el que se leía claramente en letras mayúsculas el nombre del propietario: don felícito yanaqué. Que él recordara, era la primera vez que alguien le dejaba una carta colgada así, como un aviso judicial o una multa. Lo normal era que el cartero la deslizara al interior por la rendija de la puerta. La desprendió, abrió el sobre y la leyó moviendo los labios a medida que lo hacía: "
El héroe discreto - Mario Vargas Llosa
Con una excepción. Esta mañana alguien había pegado a la vieja puerta de madera claveteada de su casa, a la altura de la aldaba de bronce, un sobre azul en el que se leía claramente en letras mayúsculas el nombre del propietario: don felícito yanaqué. Que él recordara, era la primera vez que alguien le dejaba una carta colgada así, como un aviso judicial o una multa. Lo normal era que el cartero la deslizara al interior por la rendija de la puerta. La desprendió, abrió el sobre y la leyó moviendo los labios a medida que lo hacía: "
El héroe discreto - Mario Vargas Llosa
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