miércoles, 29 de enero de 2014

natural desenlace

"Sé que voy a morirme pronto, y es algo que me parece muy extraño. Soy egoísta, me gustaría seguir con el culo aquí, escribiendo palabras.  Me enciende, me lanza por el aire dorado. Pero, la verdad, ¿durante cuánto tiempo podré seguir? No está bien seguir así por siempre. ¡Qué demonios!, la muerte es la gasolina que alimenta el depósito, en cualquier caso. La necesitamos. Yo la necesito. Vosotros la necesitáis. Llenamos esto de basura si nos quedamos demasiado tiempo.
Lo más extraño, para mí, es mirar los zapatos de la gente después que se muere. Es la cosa más triste que hay. Es como si la mayor parte de su personalidad permaneciera en los zapatos. En la ropa no. Está en los zapatos. O en el sombrero. O en unos guantes. Coges a una persona que se acaba de morir.Poner su sombrero, sus guantes y sus zapatos en la cama, y los miras y te puedes volver loco. No lo hagáis. De todos modos ahora saben algo que tú no sabes. Tal vez."

El capitán salió a comer y los marineros se tomaron el barco - Charles Bukowski


domingo, 26 de enero de 2014

una muerte anunciada

"Poco antes de que Vicente Huidobro cumpliera 55 años tuvo el presentimiento de que se moriría pronto. A Raquel Señoret, su última mujer, le empezó a decir "la viudita". Fueron los meses de 1947 en que pasó un cometa y todo el mundo hablaba de él, incluido Huidobro que levantaba la vista hacia el cielo y decía:
- Ese cometa me va a llevar en su cola.
A fines de ese año envió al balneario de Cartagena a Raquel, a Manuela -hija de su primer matrimonio con Manuela Portales- y a Vladimir, de 13 años, el único hijo de su relación con Ximena Amunátegui. Él se quedó en Santiago finalizando los detalles de su testamento -Los poetas tenemos sexto sentido- decía a sus amigos- Nos damos cuenta cuando nos vamos a morir.
La noche que llegó Huidobro a Cartagena, Vladimir se despertó. Eran como las cinco de la mañana y lo vió frotándose los brazos. La parálisis, producto de un derrame cerebral, se estaba apoderando del cuerpo del poeta. Vladimir, regalón de su padre, dormía en la habitación matrimonial en una cama especialmente dispuesta para él. Esa noche tuvo la certeza de que Huidobro tenía razón. Era una muerte anunciada que se produciría quince días después.
Es el 2 de enero de 1948. Vicente Huidobro agoniza. El oxígeno adornando su lecho es un mudo testigo del desenlace. Cerca de la cama está Vladimir. Junto a él, su media hermana Manuela, ya adulta, y Raquel Señoret. A los pies, la amiga del poeta, Henriette Petit que llora desconsolada. Él es ateo y no quiere nada con la Iglesia. Henriette sigue gimiendo,  y en medio de su pena murmura, con perfecto acento francés -Vincent Huidobro, Vincent Huidobro.
El rostro de la mujer está desfigurado por el llanto. Huidobro la mira, la observa, y luego dispara las que serían sus últimas palabras:
- ¡Cara de poto!
Irreverente hasta la muerte, sentencia orgulloso Vladimir mientras evoca esos instantes. Son los finales. Vicente Huidobro va posando su mirada en cada uno de quienes lo acompañan. Al final del recorrido se le cae una lágrima. Era la despedida."

La guerrilla literaria : Huidobro, de Rokha, Neruda - Faride Zerán


miércoles, 22 de enero de 2014

una planta valiente

"Volvía yo a casa a campo traviesa. Iba mediado el verano. Se había dado remate a la cosecha del heno y empezaba la siega del centeno.
Esa estación del año ofrece una deliciosa profusión de flores silvestres: trébol rojo, blanco, rosado, aromático, tupido; margaritas arrogantes de un blanco lechoso, con su botón amarillo claro, de esas de "me quieres no me quieres", de olor picante a fruta pasada; calza amarilla con olor a miel; altas campanillas blancas o color lila, semejantes a tulipanes, arvejas rampantes, bonitas escabiosas, amarillas, rojas, de color rosa y malva; llantén de pelusa levemente rosada y levemente aromática; acianos que, tiernos aún, lucen su azul intenso a la luz del sol, pero que al anochecer o cuando envejecen se tornan más pálidos y encarnados; y la delicada flor de la cuscuta, que se marchita tan pronto como se abre.
Habia cogido un gran ramo de estas flores y ya volvía a casa cuando vi en una zanja, en plena eflorescencia, un magnífico cardo color frambuesa de los que por allí llaman "tártaros" , que los segadores esquivan con cuidado, y cuando por descuido cortan uno lo arrojan entre la hierba para no pincharse las manos. A mí se me ocurrió coger ese cardo y ponerlo en medio de mi ramo. Bajé a la zanja y, tras ahuyentar a un abejorro que se había colocado en una de las flores y allí dormía dulce y pacíficamente, me dispuse a coger la flor.  Pero aquello resultó muy difícil. No sólo el tallo pinchaba por todas partes -incluso a través del pañuelo con que me había envuelto la mano-, sino que era tan sumamente duro que tuve que bregar con él casi cinco minutos, arrancándole las fibras una a una. Cuando por fin logré  mi propósito, el tallo estaba enteramente deshecho y la flor misma no me parecía ahora tan fresca ni tan hermosa. Por añadidura, era demasiado ordinaria y vulgar para emparejar con los otros colores delicados del ramo.  Lamentando haber destruido sin provecho una flor que había sido hermosa en su propio lugar, la tiré "Pero, qué energía, que potencia vital! - me dije -, recordando el esfuerzo que me había costado arrancarla-, ¡Cómo se defendía y cuán cara había vendido su vida!"
El camino que conducía a la casa pasaba por un terreno en barbecho recién arado. Yo caminaba lentamente sobre el polvo negro. Ese campo labrado pertenecía a un rico propietario. Era tan vasto que a ambos lados del camino o en el cerro enfrente de mí sólo se veían los surcos idénticos de la tierra labrada. La labor había sido excelente: no se veía por ninguna parte una brizna de hierba o una planta. Todo era tierra negra. "¡Qué criatura tan devastadora y cruel es el hombre! ¡Cuántos seres vivos, cuántas plantas destruye para mantener su propia vida!" , pensé, buscando involuntariamente a mi alrededor alguna cosa viva en medio de ese campo negro y muerto. Frente a mí, a la derecha del camino, vi lo que parecía ser un pequeño arbusto. Cuando me acerqué, noté que era de la misma especie de cardo "tártaro" cuya flor había arrancado en vano y tirado luego.
La mata de cardo se componía de tres ramas. Una estaba tronchada, con un muñón que semejaba un brazo mutilado. Las otras dos tenían, cada una, una flor, antes roja, pero ahora ennegrecida. Un tallo estaba roto, y de su punta pendía una flor sucia. La otra, aunque sucia de tierra negra, aún estaba erguida. Era evidente que por encima de la planta había pasado la rueda de un carro, pero que el carro había vuelto a levantarse y se mantenía erecto, aunque torcido. Era como si le hubiesen desgajado del cuerpo un miembro, abierto las entrañas, arrancado un brazo, vaciado un ojo. Y, sin embargo, se mantenía tieso, sin rendirse al hombre que había destruido a sus congéneres en torno suyo"

Hadyi Murad - León Tolstoi



domingo, 19 de enero de 2014

inventos letales

"El Fuego Griego había sido el arma más letal y peligrosa de los ejércitos bizantinos. Gracias a ella consiguieron mantener a raya a los musulmanes desde el siglo VII hasta el XV. Durante centenares de años la fórmula del Fuego Griego fue el secreto mejor guardado de la historia, e incluso hoy no podríamos estar seguros de conocer la naturaleza de su composicíón. Una leyenda refería que, en el año 673, hallándose Constantinopla asediada por los árabes y a punto de claudicar, un hombre misterioso llamado Calínico apareció cierto día en la ciudad ofreciendo al apurado emperador Constantino IV el arma más poderosa del mundo:  el Fuego Griego, que tenía la particularidad de incendiarse en contacto con el agua y de arder poderosamente sin que nada pudiera apagarlo. Los bizantinos arrojaron la mezcla preparada por Calínico a través de tubos  instalados en sus barcos y destruyeron totalmente la flota árabe. Los musulmanes sobrevivientes huyeron espantados ante aquellas llamas que ardían incluso debajo del agua."

El último Catón  -  Matilde Asensi



viernes, 17 de enero de 2014

la verdad tiene dos caras

"En cierta ocasión asistí en Londres a un banquete celebrado en honor de uno de los dos o tres militares ingleses más destacados e ilustres de esta generación.  Por razones que se entenderán más adelante, ocultaré su nombre real y títulos bajo los de teniente general lord Arthur Scoresby, Cruz Victoria, caballero de la Orden de Bath, etcétera, etcétera. ¡Qué extraña fascinación produce todo nombre célebre! Sentado ante mí, en carne y hueso, estaba el hombre del que había oído hablar infinidad de veces desde el  día en que, treinta años atrás, su nombre había saltado de repente a la gloria en un campo de batalla en Crimea, una gloria que ya no le abandonaría jamás. Miraba y miraba a aquel semidiós, y sentía con ello saciarse mi hambre y mi sed; lo observaba, lo examinaba, lo escrutaba:  la serenidad, la reserva y la noble gravedad de su rostro; la sencilla honestidad que impregnaba todo su ser; la dulce inconsciencia de su grandeza..., inconsciencia de la admiración de miles de ojos fijos en él, inconsciencia de la honda, afectuosa y sincera admiración que brotaba de todos los corazones y manaba hacia él.
El clérigo que se sentaba a mi izquierda era un viejo amigo mío; pero, antes de vestir el hábito, había pasado la primera mitad de su vida en el campamento y en el campo de batalla como instructor en la escuela militar de Woolwich. Justo en el momento en el que le hablaba de aquel gran personaje, vi centellear en sus ojos una velada y singular luz, se inclinó hacia mí y murmuró confidencialmente, haciendo un gesto en dirección al héroe del banquete:
- Entre nosotros.... , es un completo idiota.
Su sentencia constituyó una gran sorpresa para mí. Si el sujeto hubiese sido Napoleón, o Sócrates, o Salomón, mi asombro no podría haber sido mayor. Pero yo era muy consciente de dos cosas:  que el reverendo era un hombre de la más estricta veracidad, y que sabía juzgar muy bien a las personas. Por consiguiente, tenía la certeza, más allá de cualquier género de dudas, que el mundo estaba equivocado con respecto a aquel héroe: en realidad, era idiota. Y me propuse averiguar, en su debido momento, cómo el reverendo, por sí solo y sin ayuda de nadie, había descubierto el secreto."

Cuentos Selectos - Mark Twain



martes, 14 de enero de 2014

un extraño en la fotografía

"una fotografía donde aparecemos mi hermana mayor y yo, de niños, uno al lado del otro. Esta fotografía también se hallaba en el fondo del cajón del escritorio. Mi hermana y yo nos encontramos en la playa, sonreímos felices. Mi hermana está vuelta hacia un lado, una sombra oscura le cubre medio rostro. Por eso su sonriente faz aparece dividida en dos. Y, al igual que las máscaras de teatro griego que he visto a  veces en las ilustraciones de los libros de texto, su rostro comprende dos significados superpuestos. La luz y la sombra. La esperanza y la desesperanza.  La risa y la tristeza. La confianza y la soledad. Aparte de nosotros, no hay nadie más en la playa. Los dos vamos en traje de baño. Mi hermana lleva un bañador de una pieza con un dibujo de florecitas rojas y yo unas bermudas muy feas que me quedan demasiado grandes. Sostengo algo en la mano. ¿Dónde y cuándo, quién nos debió hacer esa fotografía? ¿Cómo es que yo tenía esa expresión de felicidad? ¿Cómo diablos podía parecer tan contento? ¿Cómo es que mi padre ha guardado sólo esa fotografía? Todo esto es un enigma. Yo debo tener tres años y mi hermana, nueve. ¿Tan bien nos llevábamos mi hermana y yo? No recuerdo en absoluto haber ido con mi familia a la playa. Tampoco recuerdo haber ido a ningún otro lugar. En todo caso, no quería dejarla en manos de mi padre. Me meto la vieja fotografía en la cartera. No hay ninguna de mi madre. Al parecer, mi padre ha tirado todas las fotografías donde salía ella, todas, sin dejar ni una."

Kafka en la orilla - Haruki Murakami


jueves, 9 de enero de 2014

prefiriendo a los gatos

"Hay algo dentro de mí que no puedo controlar. Nunca puedo cruzar un puente con el coche sin pensar en el suicidio. Nunca puedo contemplar un lago o un océano sin pensar en el suicidio. Bueno, tampoco le doy demasiadas vueltas. Pero se me aparece de repente en la cabeza:  SUICIDIO. Como una luz que se enciende. En la oscuridad. El hecho de que exista una salida te ayuda a quedarte dentro. ¿Me explico? De lo contrario, no quedaría más que la locura. Y eso no tiene gracia, amigo. Y terminar un buen poema es otra muleta que me ayuda a salir adelante. No sé lo que le pasará a la gente, pero yo, cuando me agacho para ponerme los zapatos por la mañana, pienso:  "Ah Dios mío, ¿y ahora qué? " Estoy jodido por la vida, no nos entendemos. Tengo que darle bocados pequeños, no engullirla toda. Es como tragar cubos de mierda. Nunca me sorprende que los manicomios y las cárceles estén llenos, y que las calles estén llenas. Me gusta mirar a mis gatos, me relajan. Me hacen sentirme bien. Pero no me metáis en una sala llena de humanos. No me hagáis eso jamás. Sobre todo en un día de fiesta. No lo hagáis."

El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco - Charles Bukowski



miércoles, 8 de enero de 2014

lo que no se decide

"El muerto yacía, como siempre yacen los muertos, de manera especialmente grávida, con los miembros rígidos hundidos en los blandos cojines del ataúd y con la cabeza sumida para siempre en la almohada. Al igual que suele ocurrir con los muertos, abultaba su frente, amarilla como la cera y con rodales calvos en las sienes hundidas, y sobresalía su nariz como si hiciera presión sobre el labio superior. Había cambiado mucho y enflaquecido aún más desde la última vez que Pyotr Ivanovich lo había visto; pero, como sucede con todos los muertos, su rostro era más agraciado y, sobre todo, más expresivo de lo que había sido en vida. La expresión de ese rostro quería decir que lo que hubo que hacer quedaba hecho y bien hecho. Por añadidura, ese semblante expresaba un reproche y una advertencia para los vivos. A Pyotr Ivanovich esa advertencia le parecía inoportuna o, por lo menos, inaplicable a él. Y como no se sentía a gusto, se santiguó deprisa una vez más, giró sobre sus talones y se dirigió a la puerta -demasiado a la ligera según él mismo reconocía, y de manera contraria al decoro."

La muerte de Iván Illich - León Tolstoi


viernes, 3 de enero de 2014

wonderful rituals and traditions

"Last night I almost forgot the lions´s socks D, reminded of them when we went to kiss the children before going to bed ourselves.  That´s the first time this has happened to me.
It made me think of the importance of traditions, of habits, of rituals. We live in a period when nomadism reigns anew. In Russia, entire populations are dumped to Siberia. In the United States, factories, offices, and all who work in them are shipped from New England to the South.  In France, heads of businesses that leave the Paris area for the provinces are given a bonus.  Few people still know where they will be in ten, even five years. Families separate.
(It is curious to note that it is just at this moment when furniture and objects of daily use are intercheangable, mass produced, that the purchase of an apartment is indirectly imposed, of a cell in a huge co-operative where the man who occupies it it has nothing to say, where he will have nothing to say, where he will not really be the owner. To my mind, it´s a cynical swindle)
I have always thought that the human being needs the landmarks which traditions are. As a child, I was impatient to leave my family. I pretended to be a rebel. Our way of life was a burden to me.
But I am still grateful to my mother for having, for example, taken me to the market with her from the time I was three years old. I´ve kept a taste for markets, for baskets filled with fruit and vegetables, for odors. Later I took each of my own children to market in turn. One or another of them will probably continue this custom.
These habits are a need so natural to children, even very young ones, demand them, each according to his temperament. Perhaps to reassure themselves? Probably, for the first ones have to do with bedtime, always an anguish for them.
One evening when Marc was two years old I told him a story of a little Chinese named Li. For years after, each evening I had to invent new adventures for Li. When I met D. I asked her for a story too, so that for a long time one or the other of us gave him a daily installment every evening.
For Johnny, the ceremony was just as complicated, but different. He was the most watchful, the most jealous of these little traditions, and he is very unhappy if one is forgotten. I understand him all the better since I am rather like him.
Putting him to bed one evening, I put the socks he had just taken off on the ears of his plush lion. This amused him. That was at least three years ago. He is eleven. Every evening I have to cover the lion´s ears the same way.
And I must leave his door open just enough so that the nurse can come in without touching it if he needs her, for he likes to think I am the last to touch that door before he goes to sleep.

When  I was old - Georges Simenon