viernes, 17 de enero de 2014

la verdad tiene dos caras

"En cierta ocasión asistí en Londres a un banquete celebrado en honor de uno de los dos o tres militares ingleses más destacados e ilustres de esta generación.  Por razones que se entenderán más adelante, ocultaré su nombre real y títulos bajo los de teniente general lord Arthur Scoresby, Cruz Victoria, caballero de la Orden de Bath, etcétera, etcétera. ¡Qué extraña fascinación produce todo nombre célebre! Sentado ante mí, en carne y hueso, estaba el hombre del que había oído hablar infinidad de veces desde el  día en que, treinta años atrás, su nombre había saltado de repente a la gloria en un campo de batalla en Crimea, una gloria que ya no le abandonaría jamás. Miraba y miraba a aquel semidiós, y sentía con ello saciarse mi hambre y mi sed; lo observaba, lo examinaba, lo escrutaba:  la serenidad, la reserva y la noble gravedad de su rostro; la sencilla honestidad que impregnaba todo su ser; la dulce inconsciencia de su grandeza..., inconsciencia de la admiración de miles de ojos fijos en él, inconsciencia de la honda, afectuosa y sincera admiración que brotaba de todos los corazones y manaba hacia él.
El clérigo que se sentaba a mi izquierda era un viejo amigo mío; pero, antes de vestir el hábito, había pasado la primera mitad de su vida en el campamento y en el campo de batalla como instructor en la escuela militar de Woolwich. Justo en el momento en el que le hablaba de aquel gran personaje, vi centellear en sus ojos una velada y singular luz, se inclinó hacia mí y murmuró confidencialmente, haciendo un gesto en dirección al héroe del banquete:
- Entre nosotros.... , es un completo idiota.
Su sentencia constituyó una gran sorpresa para mí. Si el sujeto hubiese sido Napoleón, o Sócrates, o Salomón, mi asombro no podría haber sido mayor. Pero yo era muy consciente de dos cosas:  que el reverendo era un hombre de la más estricta veracidad, y que sabía juzgar muy bien a las personas. Por consiguiente, tenía la certeza, más allá de cualquier género de dudas, que el mundo estaba equivocado con respecto a aquel héroe: en realidad, era idiota. Y me propuse averiguar, en su debido momento, cómo el reverendo, por sí solo y sin ayuda de nadie, había descubierto el secreto."

Cuentos Selectos - Mark Twain



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