miércoles, 30 de septiembre de 2015

situaciones humanas

"Existe una clase de personas que, debido a una excesiva despreocupación, a sus pocos desvelos, se ven obligadas a llevar una vida sorprendentemente artificiosa. No hay muchas, pero a veces, cuando menos se lo espera, uno se topa con una de ellas. El doctor Tokai pertenecía a esa clase de personas.
Para poder ser fieles a sí mismas (por decirlo así) en el mundo torcido y complejo que las rodea, estas personas necesitan entregarse a una serie de operaciones de ajuste, aunque, por lo general, ellas mismas ni siquiera se dan cuenta de las penosas artimañas a las que tienen que recurrir para sobrevivir. Están convencidas de que viven de un modo totalmente natural y honesto, sin trampas ni máscaras. Y cuando, por algún capricho del destino, un rayo de luz especial procedente de alguna parte se filtra e incide sobre lo artificial o antinatural de su comportamiento, la situación adopta un cariz trágico y, otras, cómico. Por supuesto, también existen numerosas personas afortunadas (no pueden expresarse de otra manera) que mueren sin llegar a ver esa luz o que, pese a verla, no les afecta."

Hombres sin mujeres  - Haruki Murakami


lunes, 28 de septiembre de 2015

de hombre a marioneta

"El tiempo corre. Gracias a él, primero vivimos, lo cual quiere decir que ya hemos sido acusados y juzgados por la gente. Luego morimos y permanecemos aún unos años entre los que nos han conocido, pero muy pronto se produce otro cambio:  los muertos pasan a ser muertos viejos, de los que ya nadie se acuerda y que desaparecen en la nada; tan sólo unos cuantos, muy, muy pocos, imprimen su nombre en la memoria de la gente, pero, ya sin testigos fehacientes, sin un solo recuerdo real, pasan a ser marionetas... Amigos, me fascina la historia que cuenta Jrushchov en sus memorias y no puedo quitarme las ganas de inventar a partir de ella una obra para el teatro de marionetas.
-¿Teatro de marionetas? ¿No te gustaría más la Comédie Francaise - se burló Calibán.
- No - contestó Charles -, porque sería un engaño si esa historia de Stalin y Jrushchov la representaran seres humanos. Nadie tiene el derecho de simular la restitución de una existencia humana que ha dejado de ser. Nadie tiene el derecho de crear un hombre a partir de una marioneta."

La fiesta de la insignificancia - Milan Kundera


viernes, 25 de septiembre de 2015

cuando se ama la tierra

"El estilo indio era disolverse en el paisaje, no sobresalir en él. Los poblados hopis que se alzaban en lo alto de las mesas rocosas estaban hechos para que parecieran como la misma roca, imperceptibles en la distancia. Las cabañas de los navajos, entre arena y sauces, se hacían con arena y sauces. Ningún pueblo indio admitía en aquella época ventanas de cristales en sus viviendas. El reflejo del sol en el vidrio les resultaba feo, antinatural, hasta peligroso. Además, a aquellos indios les disgustaban los cambios y novedades. Iban y venían por los viejos senderos trazados en la roca por los pies de sus padres, usaban la vieja escalera natural de piedra para trepar hasta sus poblados en la cima de las mesas, acarreaban el agua de las mismas fuentes de siempre, después incluso de que los blancos hubieran abierto pozos.
Los indios tenían una paciencia inagotable para el repujado de la plata o la talla de turquesas, prodigaban destreza y afanes en sus mantas, cinturones y trajes de ceremonia. Pero su idea de decoración no se extendía al paisaje. No parecían compartir el deseo europeo de "amaestrar" la naturaleza, organizarla y recrearla. Empleaban de modo distinto su ingenio:  eran ellos los que se acomodaban al escenario. Y no era tanto por indolencia, pensó el obispo, como por una cautela y respeto heredados. Era como si aquel inmenso territorio estuviese dormido y ellos desearan vivir la vida sin despertarlo, o como si los espíritus de la tierra, el aire y el agua fueran algo que no había que provocar ni turbar. Cuando cazaban, lo hacían con esa misma discreción:  una cacería india nunca era una matanza. No asolaban los bosques ni ríos y, si regaban, utilizaban sólo el agua necesaria. Trataban con respeto el paisaje y todo lo que contenía:  como no intentaban mejorarlo, nunca lo profanaban."

La muerte llama al arzobispo - Willa Cather


miércoles, 23 de septiembre de 2015

choque con otra memoria

"Mary Hector (42 años), vecina del estado de Texas, después de un accidente de tráfico desarrolló una doble memoria. La mujer llevaba una existencia tranquila junto a su marido, profesor de instituto, y sus dos hijos, cuando un día, mientras se dirigía a buscar a su marido, el coche que conducía fue embestido por un automóvil que iba en dirección contraria y cuyo conductor se había quedado dormido. La mujer sufrió diversas heridas, pero ninguna lesión en el cerebro. Sin embargo, dos meses despues, cuando fue dada de alta en el hospital, se dio cuenta que junto a su memoria de siempre tenía otra completamente distinta. Esta segunda memoria pertenecía a una joven llamada Mary Sonton, vecina del estado de Ohio y muerta a los diecisiete años de una pulmonia. Como poseía muchos recuerdos nítidos, empezando por el nombre de la madre de Mary Sonton y por el de la escuela a la que iba, la mujer se armó de valor y se lo contó a su marido. La "otra memoria" de la mujer era extremadamente coherente, por lo que el marido hizo algunas investigaciones y descubrió que en Ohio, Columbus, había existido en efecto una tal Mary Sonton. Y que, tres años antes del accidente de su mujer, había muerto de una pulmonía. De vez en cuando se dan estos casos de personas que recuerdan una existencia anterior, pero un caso como éste era realmente raro. Lo único que las dos mujeres tenían en común era el nombre, Mary, un elemento a todas luces insuficiente para explicar este fenómeno."

Amrita - Banana Yoshimoto

lunes, 21 de septiembre de 2015

vida versus nombre

"Si el nombre es la cosa; si el nombre es para nosotros un concepto de la cosa puesta fuera, sin nombre no hay concepto, y la cosa se vuelve ciega en nosotros, no distinta y no definida; y bien, el nombre que llevé entre los hombres cada uno lo grabe, como epígrafe funerario, sobre la frente de aquella imagen con la que aparecí, y la deje tranquila y no le hable nunca más.  No es más que eso, un epígrafe funerario, el nombre.
Conviene a los muertos. Al que ha concluído. Yo estoy vivo y no concluyo. La vida no concluye. Y no sabe de nombres la vida. Ese árbol, respiración trémula de hojas nuevas.
Soy ese árbol. Árbol, nube; mañana, libro o viento:  el libro que leo, el viento que bebo.
Todo afuera, vagabundo."

Uno, ninguno y cien mil - Luigi Pirandello


viernes, 18 de septiembre de 2015

la tierra es grande y afable

"Un día Sofía vio el mar por primera vez.
Habían subido a un monte, era bien entrada la tarde y los pies de Sofía estaban hinchados y tenían heridas.
Entonces vio el mar por primera vez. Un río sin playa al otro lado. Un agua brillante de color turquesa que ningún puente podía cruzar.
Aun sin haber visto nunca antes el mar, Sofía tuvo enseguida la sensación de haber llegado a casa. Era como si, a pesar de todo, hubiese algo familiar incluso en lo desconocido. Quizá era que acababa de descubrir uno de los secretos de los que le hablara Muazena, uno de los secretos del fuego. Quizá era que todas las personas que tenían que huir de sus hogares por culpa de bandidos o de monstruos tienen otra tierra esperándolos. Sólo se trataba de no sentarse como lo había hecho la anciana. Justo antes de que las últimas fuerzas dejaran a una persona, ésta llegaba al hogar que no sabía que tenía."

El secreto del fuego - Henning Mankell


lunes, 14 de septiembre de 2015

Banderas del pueblo

"Esta era una fortaleza política y emocional de Salvador Allende. En 1958 hubo allí lo que entonces se conoció como "la marcha del carbón" cuando los mineros cruzaron el puente Bío Bío en una muchedumbre compacta, oscura, silenciosa, que se tomó la ciudad de Concepción con banderas y pancartas, y con una determinación de lucha que puso en jaque al gobierno. El episodio fue registrado en la película Banderas del pueblo, del chileno Sergio Bravo, y es uno de los más emocionantes del cine documental chileno. Allende estaba allí, y creo que fue entonces cuando tuvo la constancia decisiva del apoyo de un pueblo entero. Después, cuando fue presidente, uno de sus primeros viajes fue para dialogar con los mineros en la plaza de Lota.
Yo estaba en su comitiva. Me llamó la atención que un hombre como él, que siempre se preció de su vitalidad juvenil a los sesenta años, dijo aquel día algo que le salió de las entrañas : "Yo he pasado la edad más temprana, ya soy casi un anciano". Los mineros  pequeñitos, percudidos, herméticos, curados de promesas incumplidas durante tantos años, conversaron con él sin reservas y se constituyeron en un bastión definitivo para su victoria. Una de las primeras medidas que él tomó desde el gobierno tal como lo había prometido aquella tarde en Lota y Schwager, fue la nacionalización de las minas. Una de las primeras medidas de Pinochet fue privatizarlas otra vez, como hizo con casi todo: los cementerios, los trenes, los puertos y hasta la recolección de basura."

La aventura de Miguel Littin clandestino en Chile - Gabriel García Márquez

viernes, 11 de septiembre de 2015

fotos borradas

debido a problemas con el correo que tenía este blog lo he cambiado y después me di cuenta que se habían borrado las fotos ...en todo caso trataré de ir poniendo de a poco nuevas fotos ya que me gusta complementar lo escrito con una foto alusiva

la candidez de los adultos

"- ¿Y puede ser éste mi obispo, tan joven? - preguntó.
Entraron en la casa cural por un jardín cercado por una tapia, detrás de la iglesia, lleno de cactos cultivados, muy distintos y de buen tamaño (al parecer le gustaban mucho al padre), entre los que colgaban jaulas hechas con ramitas de sauce, todas llenas de loros.  Habían incluso algunos que andaban sueltos por los senderos de arena, con un ala sujeta para que no escaparan. El padre Jesús explicó que sus indios tenían en gran estima las plumas del loro porque adornaban con ellas los trajes de ceremonia, y hacía mucho que había descubierto que podía complacer a sus parroquianos con la cría de aquellos pájaros.
La casa del sacerdote era blanca por dentro y por fuera como todas las de Isleta, y estaba casi tan desnuda como una vivienda india. El anciano era pobre y con demasiado buen corazón para sacarle a la gente unos pesos. Una muchacha india le preparaba alubias y las gachas de maíz: poco más necesitaba. Cuando el obispo comentó que todo en el pueblo aparecía limpio, hasta las calles,  el padre le contó que cerca de Isleta  había una colina de cierto mineral blanco, que los indios molían y usaban para enjalbegar. Lo hacían de tiempos inmemoriales, y el pueblo siempre fue conocido por su blancura. Una breve conversación bastó para revelar que el padre Jesús  era de una candidez casi infantil y muy superticioso. Pero con un corazón de oro. En el ojo derecho tenía una catarata y ladeaba la cabeza como si tratara de sortearla. Todos sus movimientos eran hacia la izquierda, como si al andar estuviera evitando algún obstáculo.
El entrar en la casa desde el jardín lleno de loros, el padre Latour encontró gracioso que el único adorno de la sala, pobre y desnuda, fuera un loro de madera, encaramado en una percha y colgado de una viga. Mientras en la cocina el padre Jesús daba instrucciones a la muchacha india, el obispo cogió el loro de la percha para examinarlo. Estaba tallado de una sola pieza con el tamaño exacto de un pájaro de verdad, rígido el cuerpo y la cola, la cabeza un poco ladeada. Las alas, la cola y las plumas del cuello aparecían apenas insinuadas y escasas trazas de color. Le sorprendió lo poco que pesaba; tenía la blancura y la suavidad atorciopelada de la madera muy vieja. Aunque poco acabado, sugeridas apenas las formas, extrañaba su apariencia de vida: era como un prototipo de los loros en madera.
El padre sonrió al ver al obispo con el pájaro.
-¡Veo que ha dado con mi tesoro! Quizás sea eso, Ilustrísimo, lo más viejo que hay por aquí...más viejo que el propio pueblo.
El loro, dijo el padre Jesús, siempre había sido para estos indios símbolo de lo deseable y maravilloso. En tiempos antiguos sus plumas fueron más preciadas que las turquesas y los collares de conchas. Antes incluso de las llegada de los españoles, los pueblos del norte de Méjico enviaban al trópico, por rutas difíciles y peligrosas, expedicionarios que luego traían a cuestas fardos con plumas de loro. Para comprarlas, llevaban bolsas llenas de turquesas de los Cerrillos, unas colinas cerca de Santa Fe. Sólo muy de vez en cuando lograban volver con un pájaro vivo, y entonces se le rendían honores divinos y su muerte sumía al pueblo en la más honda tristeza. Hasta los huesos conservaban con devoción. Había en Isleta un cráneo de loro muy antiguo. El loro de madera se lo había comprado el padre a un anciano que le debía muchos favores y que estaba a punto de morir sin descendencia."

La muerte llama al arzobispo - Willa Cather


miércoles, 9 de septiembre de 2015

¿dónde estará la verdad?

"-Todo el mundo muere- dijo el hombre pausadamente, mirándome a los ojos. Su modo de hablar sugería que había captado a la perfección cuanto se agitaba en mi interior-. Toda persona tiene que morir un día u otro- añadió.
Tras concluir esta breve frase, el hombre volvió a sumirse en un pesado silencio. Las cigarras continuaban cantando:  como si quisieran infundir renovados bríos en la ya agonizante estación, frotaban sus cuerpos con el frenesí de la muerte.
- Me he propuesto hablarte con la mayor franqueza posible - me dijo. Su tono era el de quien traduce directamente un formulario. Su elección de vocablos y frases, así como su sintaxis, eran correctas, pero la expresividad brillaba por su ausencia-. No obstante -prosiguió-, hablar con franqueza y decir la verdad son cosas distintas. La relación que media entre la franqueza y verdad se asemeja a la existente entre la proa y la popa de un barco. La franqueza asoma en primer lugar, para acabar mostrándose la verdad. Esa diferencia temporal está en proporción directa con la envergadura del barco. La verdad, cuando concierne a cosas grandes, es reacia a aparecer. Ocurre a veces que no hace acto de presencia hasta después de la muerte. Por lo tanto, si se da el caso de que no llegue a mostrarte la verdad, no será culpa mía, ni tampoco tuya."

La caza del carnero salvaje - Haruki Murakami


lunes, 7 de septiembre de 2015

el que pide perdón tiene 100 años de sanción

"¿Porqué será que aprovecho cualquier ocasión para sentirme culpable?
- Eso no es grave.
- Sentirse o no sentirse culpable. Creo que todo radica en eso. La vida es una lucha de todos contra todos. Es sabido. Pero ¿cómo puede darse esa lucha en una sociedad más o menos civilizada? No deberíamos tirarnos unos contra otros a primera vista. En cambio, intentamos proyectar en los demás el oprobio de nuestra culpabilidad. Vencerá el que consiga hacer que el otro se sienta culpable. Perderá el que confiese su culpa. Vas por la calle inmerso en tus pensamientos. Caminando hacia ti, viene una chica que, como si estuviera sola en el mundo, sin mirar a los lados, camina recto hacia delante. Chocáis. Éste es el momento de la verdad. ¿Quién insultará al otro, y quién pedirá perdón? Esta situación me sirve de ejemplo: en realidad, los dos son a la vez el embestido y el que embiste. No obstante, los hay que, inmediata y espontáneamente, se consideran los causantes del choque y,  por tanto, culpables. Y los hay también que siempre se consideran, inmediatamente y espontáneamente, las víctimas del choque y, por tanto, en su derecho de acusar en el acto al otro y de hacer que lo castiguen. Tú, en esa situación ¿pedirías perdón o acusarías?
- Sin duda alguna, yo pediría perdón.
- ¡Ay pobre, de modo que tú también perteneces a la legión de los perdonazos! Crees que podrás ablandar al otro con tus disculpas.
- Claro que sí.
- Pues te equivocas. El que pide perdón se declara culpable. Y si te declaras culpable, animas al otro a seguir insultándote y a denunciarte públicamente hasta la muerte. Éstas son las consecuencias fatales del que pide perdón primero."

La fiesta de la insignificancia - Milan Kundera



viernes, 4 de septiembre de 2015

pequeños grandes secretos

"Había un huerto rodeado por un muro alto que daba a la calzada. Sólo me interesaba porque me proveía de frambuesas y manzanas verdes. No era más que el huerto. No tenía ningún encanto.
Luego estaba el jardín propiamente dicho, una extensión de césped en declive con algunos seres interesantes: el acebo, el cedro, la wellingtonia (tremendamente alta) y dos abetos, que asociaba con mis hermanos, no sé por qué. Se podía trepar al árbol de Monty (es decir subir con cuidado hasta la tercera rama). El árbol de Magde, penetrando a gatas en el tronco, ofrecía un asiento: una gruesa rama doblada en forma incitante, donde uno podía sentarse y mirar al exterior sin ser visto. Estaba también "el árbol de la  trementina", que exudaba una goma pegajosa de olor penetrante, que yo recogía cuidadosamente en unas hojas, porque era "un bálsamo muy gracioso". Finalmente, lo mejor, el haya, él árbol más grande del jardín, con su grata lluvia de hayucos que me hartaba de comer. Había un haya cobriza, pero no sé por qué motivo, nunca perteneció al mundo de mis árboles.
En tercer lugar, había un bosque. Me parecía, y aún me lo parece, tan grande como New Forest. Estaba formado por los fresnos y lo atravesaba una senda retorcida. Tenía todo lo que se suele relacionar con los bosques: misterio, terror, deleite secreto, inaccesibilidad y distancia...
La senda conducía a las pistas de tennis y de croquet que estaban en un alto, frente a la ventana del comedor. Al llegar allí se acababa el encanto. Uno se encontraba de nuevo en el mundo cotidiano, donde señoras con las faldas recogidas con una mano  y tocadas con sombreros de paja jugaban al croquet o al tenis.
Cuando había agotado "las delicias del jardín", volvía al aposento de los niños donde estaba Nursie, la nodriza, como algo fijo e inmutable. Quizá porque era una señora mayor y reumática, jugaba a su alrededor o junto a ella más que con ella. Recuerdo que siempre me rodeaba de compañeros imaginarios. Del primer grupo, sólo recuerdo el nombre: "los Gatitos" Ya no sé quiénes eran, ni si yo misma era uno de ellos, pero me acuerdo bien de sus nombres: Trébol, Negrito, y otros tres. Su madre era la señora Benson.
Nursie era demasiado lista para comentar nada o para intervenir en los murmullos que se oían a su alrededor. Probablemente estaba muy contenta de que me divirtiera sola tan fácilmente.
Pero un día recibí un golpe muy duro; regresando del jardín para merendar, al subir la escala, oí que Susan, la criada le decía:
- No le gustan mucho los juguetes ¿verdad? ¿Con qué juega?
Nursie respondió:
- Juega a ser un gatito con otros gatitos.
¿Porqué habrá esa exigencia innata de secreto en la mente de un niño? Saber que alguien, aunque fuera Nursie, conocia lo de los Gatitos, me afectó en lo más hondo. Desde aquel día procuré que no se oyeran mis murmullos cuando jugaba. Los Gatitos eran míos y de nadie más."

Autobiografía - Agatha Christie


miércoles, 2 de septiembre de 2015

a matter of public concern


"The train was approaching it at an angle, and the apex was Yellow Sky. Presently it was apparent that, as the distance from Yellow Sky grew shorter, the husband became commensurately restless. His brick-red hands were more insistent in their prominence. Occasionally he was even rather absent-minded and far-away when the bride leaned forward and addressed him.
     As a matter of truth, Jack Potter was beginning to find the shadow of a deed weigh upon him like a leaden slab. He, the town marshal of Yellow Sky, a man known, liked, and feared in his corner, a prominent person, had gone to San Antonio to meet a girl he believed he loved, and there, after the usual prayers, had actually induced her to marry him, without consulting Yellow Sky for any part of the transaction. He was now bringing his bride before an innocent and unsuspecting community.
     Of course, people in Yellow Sky married as it pleased them, in accordance with a general custom; but such was Potter's thought of his duty to his friends, or of their idea of his duty, or of an unspoken form which does not control men in these matters, that he felt he was heinous. He had committed an extraordinary crime. Face to face with this girl in San Antonio, and spurred by his sharp impulse, he had gone headlong over all the social hedges. At San Antonio he was like a man hidden in the dark. A knife to sever any friendly duty, any form, was easy to his hand in that remote city. But the hour of Yellow Sky, the hour of daylight, was approaching."

Stephen Crane - The bride comes to Yellow Sky