viernes, 4 de septiembre de 2015

pequeños grandes secretos

"Había un huerto rodeado por un muro alto que daba a la calzada. Sólo me interesaba porque me proveía de frambuesas y manzanas verdes. No era más que el huerto. No tenía ningún encanto.
Luego estaba el jardín propiamente dicho, una extensión de césped en declive con algunos seres interesantes: el acebo, el cedro, la wellingtonia (tremendamente alta) y dos abetos, que asociaba con mis hermanos, no sé por qué. Se podía trepar al árbol de Monty (es decir subir con cuidado hasta la tercera rama). El árbol de Magde, penetrando a gatas en el tronco, ofrecía un asiento: una gruesa rama doblada en forma incitante, donde uno podía sentarse y mirar al exterior sin ser visto. Estaba también "el árbol de la  trementina", que exudaba una goma pegajosa de olor penetrante, que yo recogía cuidadosamente en unas hojas, porque era "un bálsamo muy gracioso". Finalmente, lo mejor, el haya, él árbol más grande del jardín, con su grata lluvia de hayucos que me hartaba de comer. Había un haya cobriza, pero no sé por qué motivo, nunca perteneció al mundo de mis árboles.
En tercer lugar, había un bosque. Me parecía, y aún me lo parece, tan grande como New Forest. Estaba formado por los fresnos y lo atravesaba una senda retorcida. Tenía todo lo que se suele relacionar con los bosques: misterio, terror, deleite secreto, inaccesibilidad y distancia...
La senda conducía a las pistas de tennis y de croquet que estaban en un alto, frente a la ventana del comedor. Al llegar allí se acababa el encanto. Uno se encontraba de nuevo en el mundo cotidiano, donde señoras con las faldas recogidas con una mano  y tocadas con sombreros de paja jugaban al croquet o al tenis.
Cuando había agotado "las delicias del jardín", volvía al aposento de los niños donde estaba Nursie, la nodriza, como algo fijo e inmutable. Quizá porque era una señora mayor y reumática, jugaba a su alrededor o junto a ella más que con ella. Recuerdo que siempre me rodeaba de compañeros imaginarios. Del primer grupo, sólo recuerdo el nombre: "los Gatitos" Ya no sé quiénes eran, ni si yo misma era uno de ellos, pero me acuerdo bien de sus nombres: Trébol, Negrito, y otros tres. Su madre era la señora Benson.
Nursie era demasiado lista para comentar nada o para intervenir en los murmullos que se oían a su alrededor. Probablemente estaba muy contenta de que me divirtiera sola tan fácilmente.
Pero un día recibí un golpe muy duro; regresando del jardín para merendar, al subir la escala, oí que Susan, la criada le decía:
- No le gustan mucho los juguetes ¿verdad? ¿Con qué juega?
Nursie respondió:
- Juega a ser un gatito con otros gatitos.
¿Porqué habrá esa exigencia innata de secreto en la mente de un niño? Saber que alguien, aunque fuera Nursie, conocia lo de los Gatitos, me afectó en lo más hondo. Desde aquel día procuré que no se oyeran mis murmullos cuando jugaba. Los Gatitos eran míos y de nadie más."

Autobiografía - Agatha Christie


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