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lunes, 14 de septiembre de 2015

Banderas del pueblo

"Esta era una fortaleza política y emocional de Salvador Allende. En 1958 hubo allí lo que entonces se conoció como "la marcha del carbón" cuando los mineros cruzaron el puente Bío Bío en una muchedumbre compacta, oscura, silenciosa, que se tomó la ciudad de Concepción con banderas y pancartas, y con una determinación de lucha que puso en jaque al gobierno. El episodio fue registrado en la película Banderas del pueblo, del chileno Sergio Bravo, y es uno de los más emocionantes del cine documental chileno. Allende estaba allí, y creo que fue entonces cuando tuvo la constancia decisiva del apoyo de un pueblo entero. Después, cuando fue presidente, uno de sus primeros viajes fue para dialogar con los mineros en la plaza de Lota.
Yo estaba en su comitiva. Me llamó la atención que un hombre como él, que siempre se preció de su vitalidad juvenil a los sesenta años, dijo aquel día algo que le salió de las entrañas : "Yo he pasado la edad más temprana, ya soy casi un anciano". Los mineros  pequeñitos, percudidos, herméticos, curados de promesas incumplidas durante tantos años, conversaron con él sin reservas y se constituyeron en un bastión definitivo para su victoria. Una de las primeras medidas que él tomó desde el gobierno tal como lo había prometido aquella tarde en Lota y Schwager, fue la nacionalización de las minas. Una de las primeras medidas de Pinochet fue privatizarlas otra vez, como hizo con casi todo: los cementerios, los trenes, los puertos y hasta la recolección de basura."

La aventura de Miguel Littin clandestino en Chile - Gabriel García Márquez

miércoles, 12 de agosto de 2015

satisfecho en apariencias

"La transfiguración del cuerpo fue más fácil, pero exigió de mí un mayor esfuerzo mental. El cambio de la cara era en esencia un asunto del maquillaje, pero el del cuerpo requería un entrenamiento psicológico específico y un mayor grado de concentración. Porque era allí donde tenía que asumir a fondo mi cambio de clase. En vez de los pantalones vaquero que usaba casi siempre, y  de mis chamarras de cazador, tenía que usar y acostumbrarme a usar vestidos enteros de paño inglés de grandes marcas europeas, camisas hechas sobre medida, zapatos de ante, corbatas italianas pintadas. En vez de mi acento de chileno rural, rápido y atormentado, tenía que aprender una cadencia de uruguayo rico, que era la nacionalidad más conveniente para mi nueva identidad. Tenía que aprender a reír de un modo menos característico que el mío, tenía que aprender a caminar despacio, usar las manos para ser más convincente en el diálogo. En fin, tenía que dejar de ser un director de cine, pobre e inconforme en lo que menos quisiera ser en este mundo: un burgués satisfecho. O como decimos en Chile: un momio."

La aventura de Miguel Littin clandestino en Chile - Gabriel García Márquez


viernes, 24 de abril de 2015

lo privado en colectivo

 El cuento del perro - Noviembre de 1955

"Siempre he creído que el sueño es una cosa absolutamente privada. Es decir:  si usted tiene deseos de dormir, tiene que dormirse solo. Y se duerme solo. En el compartimento de un tren donde caben justamente ocho personas y viajan ocho, justamente, el sueño es una función colectiva muy difícil de concebir. El caso es que uno tiene que ayudar a que se duerman los demás, para dormirse uno. Pero al mismo tiempo tiene la extraña sensación de que las otras siete personas, para poder dormirse, están tratando de ayudarlo a uno para que se duerma. Cada cual se va acomodando como puede, en un momento en que cesa la conversación y sólo se oye el zumbido metálico del tren por el campo en tinieblas. Luego hay un instante de fastidio, de incomodidad y también de un poco de odio por el prójimo, pero después los ocho pasajeros duermen y uno tiene la inconcebible sensación de que está durmiendo un poco con el sueño de los demás.
Antes del amanecer, después de casi veinte horas de viaje y sólo de cuatro o cinco de sueño, la historia del compartimiento vuelve a empezar por el principio, como el día anterior. Pero en este viaje hubo una variación. A pocas horas de Viena subió al tren una señora fresca, radiante, con la inconfundible expresión de quien ha dormido honradamente. Llevaba un perrito faldero, limpio y un poco inverosímil, como un perrito de algodón. No sé si fue por el perrito o por la exuberancia de su dueña, o por una broma de mi mala estrella, se me ocurrió que aquella señora era italiana. Mimaba el perro de tal manera y de tal manera el perro se dejaba mimar, que a la primera oportunidad le dije solamente para ver si hablaba italiano.
 - Sembra proprio un bambino.
El pez muere por la boca. La señora se iluminó con un extraño resplandor, soltó una jeroglífica frase alemana, me puso el perro en las piernas y se quedó dormida. Yo nunca había soñado llegar a Viena con un perrito faldero, habría pensado sencillamente que esa persona estaba loca de amarrar.  Por eso decía al principio que no hay nada más divertido que no saber alemán."

Obra periodística:  De Europa y América - Gabriel García Márquez


lunes, 20 de abril de 2015

del habla y los gestos

Un tren que lleva a Viena (Agosto de 1955)

"Hay una cosa más divertida que saber alemán: no saber alemán. Nosotros, los que hablamos esa lengua muerta que es el español en Europa, siempre encontramos una manera de entendernos con los franceses o los italianos. O con los rumanos, que tienen un asombroso parecido con todos nuestros tíos y que hablan una cosa extraordinariamente humana; un español sin preposiciones. Si se admite, en gracia de discusión, que el portugués, el francés y el italiano son desfiguraciones del español, se pueden sacar algunas conclusiones muy útiles en un tren europeo:   el portugués es un español hablado con la nariz; el francés, un español hablado hacia adentro, y el italiano, un español hablado con las manos.
Creo que es absolutamente imposible que el idioma italiano tenga tantos matices como los que pueden expresar con las manos los italianos.  Por eso es un idioma engañosamente fácil para nosotros, pero en realidad extremadamente difícil. Al poco tiempo de estar en Italia, uno está convencido de que entiende el italiano. Pero no hay más que oír la radio o sentarse en un tranvía al lado de un mutilado de guerra, para darse cuenta que lo que se entiende es el idioma de las gesticulaciones.
Si uno se encuentra en un tren con un francés o un italiano, es probable que no se pueda conversar de muchas cosas, pero es muy seguro que no hay problema insoluble con ellos. En última instancia, se consigue el acuerdo con señas. Por ese camino, en cambio, ya hay dificultades incluso con los rumanos, porque los rumanos mueven la cabeza de arriba abajo para decir que no.  Y de la izquierda a la derecha para decir que sí. Viajando de Trieste a Viena, necesité media hora para darme cuenta de esto, cuando ya empezaba a creer que el amable y cordialisimo rumano que viajaba conmigo era un hombre con el cual no lograría ponerme de acuerdo jamás.
El problema verdadero empieza cuando los guardias de la aduana de Tarvisio imparten las últimas órdenes en un italiano inflexible, y el tren penetra en la hermosa campiña de Austria, donde lo único que se entiende es el paisaje.

Dos y dos no  son cuatro 

Ese es el enredo con los alemanes y con los austríacos:  que gesticulan muy poco.  Y algo peor: los gestos, las señas manuales, son enteramente distintos de los latinos. Nosotros empezamos a contar con el índice: uno. Seguidos por el cordial, el cordial, el anular y el meñique: cuatro. Para decir cinco, sacamos el pulgar, que ha estado cuidadosamente plegado en la palma de la mano. Los alemanes -y parece que con ellos todos los pueblos eslavos - empiezan a contar con el pulgar. "Eso no tiene ninguna importancia" se piensa. Pero a las dos horas de estar en Viena, se descubre que la diferencia es más importante de lo que parece. Cuando se sube al ascensor, el ascensor mastica una palabra; y uno, que va para el tercer piso, hace el número tres con los dedos, a la manera nuestra: índice, cordial y anular. Naturalmente, el ascensor se detiene en el cuarto piso, porque los alemanes suponen que el número del pulgar se da por descontado. Así tiene que llevarse uno dos paquetes de cigarrillos cuando va a comprar uno, o cinco manzanas cuando piensa comprar cuatro"

Obra Periodística:   De Europa y América - Gabriel García Márquez