lunes, 20 de abril de 2015

del habla y los gestos

Un tren que lleva a Viena (Agosto de 1955)

"Hay una cosa más divertida que saber alemán: no saber alemán. Nosotros, los que hablamos esa lengua muerta que es el español en Europa, siempre encontramos una manera de entendernos con los franceses o los italianos. O con los rumanos, que tienen un asombroso parecido con todos nuestros tíos y que hablan una cosa extraordinariamente humana; un español sin preposiciones. Si se admite, en gracia de discusión, que el portugués, el francés y el italiano son desfiguraciones del español, se pueden sacar algunas conclusiones muy útiles en un tren europeo:   el portugués es un español hablado con la nariz; el francés, un español hablado hacia adentro, y el italiano, un español hablado con las manos.
Creo que es absolutamente imposible que el idioma italiano tenga tantos matices como los que pueden expresar con las manos los italianos.  Por eso es un idioma engañosamente fácil para nosotros, pero en realidad extremadamente difícil. Al poco tiempo de estar en Italia, uno está convencido de que entiende el italiano. Pero no hay más que oír la radio o sentarse en un tranvía al lado de un mutilado de guerra, para darse cuenta que lo que se entiende es el idioma de las gesticulaciones.
Si uno se encuentra en un tren con un francés o un italiano, es probable que no se pueda conversar de muchas cosas, pero es muy seguro que no hay problema insoluble con ellos. En última instancia, se consigue el acuerdo con señas. Por ese camino, en cambio, ya hay dificultades incluso con los rumanos, porque los rumanos mueven la cabeza de arriba abajo para decir que no.  Y de la izquierda a la derecha para decir que sí. Viajando de Trieste a Viena, necesité media hora para darme cuenta de esto, cuando ya empezaba a creer que el amable y cordialisimo rumano que viajaba conmigo era un hombre con el cual no lograría ponerme de acuerdo jamás.
El problema verdadero empieza cuando los guardias de la aduana de Tarvisio imparten las últimas órdenes en un italiano inflexible, y el tren penetra en la hermosa campiña de Austria, donde lo único que se entiende es el paisaje.

Dos y dos no  son cuatro 

Ese es el enredo con los alemanes y con los austríacos:  que gesticulan muy poco.  Y algo peor: los gestos, las señas manuales, son enteramente distintos de los latinos. Nosotros empezamos a contar con el índice: uno. Seguidos por el cordial, el cordial, el anular y el meñique: cuatro. Para decir cinco, sacamos el pulgar, que ha estado cuidadosamente plegado en la palma de la mano. Los alemanes -y parece que con ellos todos los pueblos eslavos - empiezan a contar con el pulgar. "Eso no tiene ninguna importancia" se piensa. Pero a las dos horas de estar en Viena, se descubre que la diferencia es más importante de lo que parece. Cuando se sube al ascensor, el ascensor mastica una palabra; y uno, que va para el tercer piso, hace el número tres con los dedos, a la manera nuestra: índice, cordial y anular. Naturalmente, el ascensor se detiene en el cuarto piso, porque los alemanes suponen que el número del pulgar se da por descontado. Así tiene que llevarse uno dos paquetes de cigarrillos cuando va a comprar uno, o cinco manzanas cuando piensa comprar cuatro"

Obra Periodística:   De Europa y América - Gabriel García Márquez






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