jueves, 27 de febrero de 2014

el secreto de los peces

"Prosigamos, pues, explorando, esta mañana de verano, en que todos adoran la flor del ciruelo y la abeja. Y tarareando, preguntamos al estornino (pájaro más sociable que la alondra) qué piensa al borde del cajón de basura, mientras recoge entre los dientes del peine pelos de marmitón ¿Qué es la  vida?, le preguntamos asomados a la puerta del gallinero. ¡Es la Vida, la Vida, la Vida!, grita el pájaro, como si hubiera oído, y supiera precisamente lo que buscamos con esta fastidiosa costumbre nuestra de hacer preguntas afuera y adentro y de inventar minucias como hacen los escritores cuando no saben qué decir.  Entonces vienen aquí, dice el pájaro, y me preguntan qué es la vida. ¡Es la Vida, la Vida, la Vida!
Repechamos el camino del pastizal, hasta la cumbre de la colina de azul vinoso y de púrpura oscura, y nos tiramos al suelo, y soñamos y miramos una langosta acarreando a su casa en la hondonada, una pajita.  Y nos dice (si chirridos como el suyo merecen un nombre tan sagrado y tan tierno), la vida es tarea, o así nos place interpretar el zumbido de su gaznate atorado por el polvo.  La hormiga está de acuerdo, y las abejas, pero si nos demoramos lo bastante para interrogar a las mariposas, que se deslizan al atardecer entre las campánulas más indistintas que ellas, nos murmurarán al oído insensateces, como los alambres del telégrafo en tormentas de nieve: hi-hi, ho-ho.  Es risa, es risa, dicen las mariposas.
Habiendo interrogado al hombre y al pájaro y a los insectos (porque los peces, cuentan los hombres que para oírlos hablar han vivido años de años en la soledad de verdes cavernas, nunca, nunca lo dicen, y tal vez lo saben por eso mismo), habiendo interrogado a todos ellos sin volvernos más sabios, sino más viejos y más fríos -porque, ¿no hemos, acaso, implorado el don de aprisionar en un libro algo tan raro y tan extraño, que uno estuviera listo a jurar que era el sentido de la vida?-, fuerza es retroceder y decir directamente al lector que espera todo trémulo escuchar qué cosa es la vida: ¡ay!, no lo sabemos."

Orlando - Virginia Woolf



lunes, 24 de febrero de 2014

reflexionando

"Siempre me pareció extraño, ya desde niño, que las personas hablaran de la muerte de forma diferente a otros sucesos, y eso es sólo porque ninguno de ellos puede decir qué ocurre después ¿Pero, en qué se diferencia un muerto de una persona que renuncia firmemente al tiempo y se encierra para reflexionar tranquilamente sobre algo, cuya solución le atormenta desde hace tiempo?  En medio de la gente no podemos acordarnos del Padrenuestro, y ¿cómo podemos lograrlo entonces en otro oscuro contexto que, a lo mejor, no consiste en palabras sino en sucesos? Es preciso mantenerse apartado en un silencio impenetrable, y a lo mejor los muertos son aquellos que ya se han apartado para reflexionar sobre la vida."

Historias del buen Dios - Rainer Maria Rilke



miércoles, 19 de febrero de 2014

leer en voz alta

"La tarde convenida con el señor Granberry, aparqué mi bicicleta junto a la puerta de Los Arrecifes. Me recibieron y me condujeron hasta el salón donde la señora Granberry pasaba las tardes.  Dicha dama, hermosa como la mañana pero menos tímida que el sol naciente, me esperaba tumbada en un diván.  Una robusta enfermera de aspecto agradable hacia punto sentada junto a ella.
- Buenas tardes, señora Granberry, soy el señor North.  Su marido me ha contratado para leerle en voz alta.
Sin decir una palabra, la mujer me lanzó una mirada hostil y sorprendida, teñida de lo que me pareció inclusa una sombra de rabia.  Yo llevaba en la mano dos libros que apoyé sobre una mesa.
-¿Sería tan amable de presentarme a su acompañante?
Esto no hizo sino aumentar su sorpresa, pero la señora alcanzó a mascullar:
- La señora Cummings, el señor North.
Atravesé la habitación para estrecharle la mano a la señora Cummings.
-¿También es usted oriunda de Wisconsin, señora? -le pregunté.
-Oh no, señor, yo soy de Boston.
-¿Y también le gusta leer?
-Sí, me encanta pero mis ocupaciones no me dejan mucho tiempo para ello, ¿sabe?
-Me imagino que, en cuanto empiezan a sentirse mejor, a algunos de sus pacientes les gusta que les lea usted en voz alta. ¿Algo ligero y entretenido, tal vez?
- Hay que ser prudente, señor.  Durante mi formación como enfermera, la madre directora nos contó de una mujer que había leído Los repollos de la señora Wiggs a un paciente recién operado. Pues bien, tuvieron que volver a coserlo de arriba a abajo. Siempre contaba esta anécdota a cada promoción de enfermeras que se graduaba."

Theophilus North - Thornton Wilder


lunes, 17 de febrero de 2014

la madre

"Sí, todos los días eran iguales para la madre, pero jamás los encontraba aburridos, pues estaba muy satisfecha de la forma en que transcurrían.  Si alguien se lo hubiera preguntado, hubiese redondeado sus grandes ojos negros, contestando:  "La tierra cambia desde el momento de la siembra hasta la época de la cosecha y entonces viene la recolecta de nuestra propia tierra y el pago del grano al propietario de la que tenemos en arriendo, y están las festividades y la gran fiesta de Año Nuevo.  Sí, incluso los niños cambian y crecen y yo estoy concibiendo más, y para mí hay cambios y estos cambios son tan grandes que juro que me hacen trabajar desde el alba hasta la anochecida."

La madre - Pearl Buck


martes, 11 de febrero de 2014

los artificios del tiempo

"Por desgracia, el tiempo que hace medrar y decaer animales y plantas con pasmosa puntualidad, tiene un efecto menos simple sobre la mente humana. La mente humana, por su parte, opera con igual irregularidad sobre la sustancia del tiempo. Una hora, una vez instalada en la mente humana, puede abarcar cincuenta o cien veces su tiempo cronométrico; inversamente, una hora puede corresponder a un segundo en el tiempo mental. Ese maravilloso desacuerdo del tiempo del reloj con el tiempo del alma no se conoce bastante y merecería una profunda investigación.  Pero el biógrafo, cuyas tareas son, como lo hemos dicho de lo más reducidas, tiene que limitarse a declarar:  cuando un hombre ha alcanzado los treinta años, como ahora Orlando, el tiempo que dedica a pensar se le hace enormemente largo; el tiempo que dedica a obrar, enormemente breve. "

Orlando - Virginia Woolf



domingo, 9 de febrero de 2014

el misterio de los vínculos



Quizá fuera el hecho de no tener padre lo que le impelió por el camino que conducía al conocimiento del yo, que es el proceso final de identificación con el mundo y, por consiguiente, la comprensión de
la inutilidad de los vínculos. Desde luego, en su posición de entonces, en la plenitud total de autocomprensión, nadie era necesario para él, y menos que nadie el padre de carne y hueso que buscó en vano en el señor McGregor. Su venida al Este y su búsqueda de su padre auténtico debió de haber sido algo así como una prueba final, pues cuando se despidió, cuando renunció al señor McGregor y al señor Hamilton, era como un hombre que se había purificado de toda la escoria. Nunca he visto a un hombre tan singular, tan totalmente solo y vivo y con tanta confianza en el futuro como Roy Hamilton, cuando se despidió. Y nunca he visto tanta confusión e incomprensión como la que dejó tras sí en la familia McGregor. Era como si hubiera muerto en medio de ellos, hubiese resucitado y estuviera despidiéndose de ellos como
individuo enteramente nuevo, desconocido. Vuelvo a verlos en el pasaje, con las manos estúpida, irremediablemente vacías, llorando sin saber por qué, a no ser que fuese porque se veían privados de algo que nunca habían poseído. Me gusta considerarla simplemente así. Estaban perplejos y despojados, y
vagamente, pero que muy vagamente conscientes de que se les había ofrecido una gran oportunidad que no habían tenido fuerza ni imaginación para aprovechar. Eso era lo que la estúpida y vacía agitación de las manos me indicaba: era un gesto más penoso de contemplar que nada de lo que puedo imaginar. Me hizo sentir la horrible inadecuación del mundo, cuando se encuentra frente a frente con la verdad. Me hizo sentir la estupidez del vínculo de sangre y del amor que no está imbuido de espiritualidad.

Trópico de Capricornio - Henry Miller




jueves, 6 de febrero de 2014

máscaras visibles y no tanto


"-Ahí hay alguien- dijo en francés la máscara, deteniéndose. En efecto, el palco estaba ocupado. En el sofá de terciopelo, muy pegados uno a otro, había un oficial de ulanos y una joven muy bonita de pelo rubio rizado, en dominó, que se había quitado el antifaz. Al ver a Nicolás furioso, estirado hasta su máxima estatura, la rubia se puso apresuradamente el antifaz, en tanto que el oficial de ulanos, petrificado de espanto, miraba a Nicolás con ojos aturdidos sin levantarse del sofá.
Aun acostumbrado como estaba Nicolás al terror que inspiraba en la gente, ese terror le era siempre agradable, y a veces le divertía desconcertar a las personas dominadas por el terror pronunciando como contraste algunas palabras amables. Así ocurrió en esta ocasión.
-Bueno, hermano, tú eres más joven que yo - dijo al oficial, que estaba alelado de espanto-. Ahora puedes dejarme el sitio.
El oficial se levantó de un salto y, palideciendo y sonrojándose alternativamente, salió encogido del palco a la zaga de su máscara. Nicolás quedó solo con su bella acompañante.
La máscara resultó ser una bonita e inocente muchacha de veinte años, hija de una institutriz sueca. Contó a Nicolás que ya desde su infancia se había enamorado de él por sus retratos; que le adoraba y había decidido captar su atención a toda costa. Y he aquí que lo había conseguido. Y, según dijo, no deseaba otra cosa en este mundo. Nicolás hizo que la llevaran al lugar habitual de sus citas amorosas y pasó más de una hora con ella.
Cuando esa noche regresó a su habitación, se acostó en la cama angosta y dura de que tanto se preciaba y se cubrió con la manta escocesa que consideraba (y así lo decía) tan famosa como el sombrero de Napoleón, pero no pudo dormirse por un largo rato. O bien recordaba el rostro blanco de la muchacha, asustado al par que extasiado, o bien los hombros rozagantes y potentes de Nelidova, su favorita a la sazón, y comparaba la una con la otra. No se le ocurría que estaba mal en un hombre casado entregarse al libertinaje; y se hubiese asombrado de que alguien juzgase reprobable su conducta. Pero no obstante estar seguro de haber obrado como era debido, le quedaba un resabio desagradable, y para sofocarlo se puso a pensar en lo que siempre era remedio eficaz en tales casos: en lo gran hombre que era.
A despecho de haberse dormido tarde, se levantó como de costumbre a las ocho, hizo sus abluciones habituales, se frotó con hielo el enorme y bien cebado cuerpo, se encomendó a Dios sin atribuir sentido alguno a las oraciones que desde su infancia había recitado (la Salve, el Credo, y el Padre Nuestro)y, por un corto pasillo, salió al muelle en gorra  y abrigo."

Hadyi Murad - León Tolstoi


domingo, 2 de febrero de 2014

the pulse of the house

But they had found it in the drawing room. Not that one
could ever see them. The window panes reflected apples, reflected
roses; all the leaves were green in the glass. If they
moved in the drawing room, the apple only turned its yellow
side. Yet, the moment after, if the door was opened, spread
about the floor, hung upon the walls, pendant from the ceiling—
what? My hands were empty. The shadow of a thrush
crossed the carpet; from the deepest wells of silence the wood
pigeon drew its bubble of sound. "Safe, safe, safe," the pulse of
the house beat softly. "The treasure buried; the room… " the
pulse stopped short. Oh, was that the buried treasure?
A moment later the light had faded. Out in the garden then?
But the trees spun darkness for a wandering beam of sun. So
fine, so rare, coolly sunk beneath the surface the beam I
sought always burnt behind the glass. Death was the glass;
death was between us; coming to the woman first, hundreds of
years ago, leaving the house, sealing all the windows; the
rooms were darkened. He left it, left her, went North, went
East, saw the stars turned in the Southern sky; sought the
house, found it dropped beneath the Downs. "Safe, safe, safe,
the pulse of the house beat gladly. "The Treasure yours."

The haunted house - Virginia Woolf