domingo, 9 de febrero de 2014

el misterio de los vínculos



Quizá fuera el hecho de no tener padre lo que le impelió por el camino que conducía al conocimiento del yo, que es el proceso final de identificación con el mundo y, por consiguiente, la comprensión de
la inutilidad de los vínculos. Desde luego, en su posición de entonces, en la plenitud total de autocomprensión, nadie era necesario para él, y menos que nadie el padre de carne y hueso que buscó en vano en el señor McGregor. Su venida al Este y su búsqueda de su padre auténtico debió de haber sido algo así como una prueba final, pues cuando se despidió, cuando renunció al señor McGregor y al señor Hamilton, era como un hombre que se había purificado de toda la escoria. Nunca he visto a un hombre tan singular, tan totalmente solo y vivo y con tanta confianza en el futuro como Roy Hamilton, cuando se despidió. Y nunca he visto tanta confusión e incomprensión como la que dejó tras sí en la familia McGregor. Era como si hubiera muerto en medio de ellos, hubiese resucitado y estuviera despidiéndose de ellos como
individuo enteramente nuevo, desconocido. Vuelvo a verlos en el pasaje, con las manos estúpida, irremediablemente vacías, llorando sin saber por qué, a no ser que fuese porque se veían privados de algo que nunca habían poseído. Me gusta considerarla simplemente así. Estaban perplejos y despojados, y
vagamente, pero que muy vagamente conscientes de que se les había ofrecido una gran oportunidad que no habían tenido fuerza ni imaginación para aprovechar. Eso era lo que la estúpida y vacía agitación de las manos me indicaba: era un gesto más penoso de contemplar que nada de lo que puedo imaginar. Me hizo sentir la horrible inadecuación del mundo, cuando se encuentra frente a frente con la verdad. Me hizo sentir la estupidez del vínculo de sangre y del amor que no está imbuido de espiritualidad.

Trópico de Capricornio - Henry Miller




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