viernes, 25 de septiembre de 2015

cuando se ama la tierra

"El estilo indio era disolverse en el paisaje, no sobresalir en él. Los poblados hopis que se alzaban en lo alto de las mesas rocosas estaban hechos para que parecieran como la misma roca, imperceptibles en la distancia. Las cabañas de los navajos, entre arena y sauces, se hacían con arena y sauces. Ningún pueblo indio admitía en aquella época ventanas de cristales en sus viviendas. El reflejo del sol en el vidrio les resultaba feo, antinatural, hasta peligroso. Además, a aquellos indios les disgustaban los cambios y novedades. Iban y venían por los viejos senderos trazados en la roca por los pies de sus padres, usaban la vieja escalera natural de piedra para trepar hasta sus poblados en la cima de las mesas, acarreaban el agua de las mismas fuentes de siempre, después incluso de que los blancos hubieran abierto pozos.
Los indios tenían una paciencia inagotable para el repujado de la plata o la talla de turquesas, prodigaban destreza y afanes en sus mantas, cinturones y trajes de ceremonia. Pero su idea de decoración no se extendía al paisaje. No parecían compartir el deseo europeo de "amaestrar" la naturaleza, organizarla y recrearla. Empleaban de modo distinto su ingenio:  eran ellos los que se acomodaban al escenario. Y no era tanto por indolencia, pensó el obispo, como por una cautela y respeto heredados. Era como si aquel inmenso territorio estuviese dormido y ellos desearan vivir la vida sin despertarlo, o como si los espíritus de la tierra, el aire y el agua fueran algo que no había que provocar ni turbar. Cuando cazaban, lo hacían con esa misma discreción:  una cacería india nunca era una matanza. No asolaban los bosques ni ríos y, si regaban, utilizaban sólo el agua necesaria. Trataban con respeto el paisaje y todo lo que contenía:  como no intentaban mejorarlo, nunca lo profanaban."

La muerte llama al arzobispo - Willa Cather


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