miércoles, 10 de junio de 2015

arrestando con amor

De pronto vió detenerse, precisamente frente a su ventana, a una anciana ven­dedora ambulante, que llevaba una ces­tita con manzanas. Quedaban pocas; sin duda había vendido ya la mayor par­te. Además, iba cargada de un saco de ramitas secas, que debía de haber reco­gido en los alrededores de alguna fábrica de carbón. Probablemente, regresaba a su casa. Al parecer, el saco le hacía daño en el hombro y quería cambiárselo al otro, para lo cual lo dejó en el suelo, puso la cestita de manzanas en el al­féizar de la ventana y empezó a arreglar las ramitas. Mientras estaba entretenida en ese menester, un golfillo que había surgido de pronto robó una manzana y quiso escaparse. Pero la anciana lo ad­virtió y, volviéndose presurosa, lo aga­rró por una manga. El muchacho se debatió todo lo que pudo; sin embargo, la mujer consiguió retenerlo, le arrancó la gorra y le dió un tirón de pelo.

El golfillo gritaba y la anciana se en­furecía por momentos. Sin perder tiem­po ni siquiera en clavar la lezna, el za­patero la dejó caer al suelo y se pre­cipitó hacia la puerta. En su carrera perdió los lentes y estuvo a punto de rodar por las escaleras. Una vez en la calle, vió que la mujer tiraba de los ca­bellos al mozalbete y lo golpeaba des­piadadamente, amenazándole con entre­garlo a un guardia,

El muchacho seguía debatiéndose y negando su delito.

-¡No he cogido nada! ¿Por qué me pegas? ¡Déjame! -gritaba.

Mijail quiso separarlos. Cogió al mu­chacho de la mano, diciendo:

-¡Déjale, perdónale, por Dios!

-¿Perdonarle? ¡Se acordará de mí!. Ahora mismo voy a llevarlo a la Co­misaría. ¡Granuja!

-Te digo que lo dejes. No lo vol­verá a hacer. Déjale, en nombre de Cris­to-volvió a insistir Mijail.

La vieja soltó al muchacho, que iba a echar a correr, pero el zapatero lo retuvo.

-Pide perdón a esta anciana y no vuelvas a hacer eso nunca más. Te he visto coger la manzana.

El muchacho rompió a llorar, y pidió perdón entre sollozos.

-Eso no está bien -le amonestó Mi­jail. Y ahora, toma una manzana que te doy yo -añadió, cogiendo de la cesta y tendiéndosela al muchacho.

-Mimas demasiado a este ratero -ex­clamó la vieja. Mejor hubiera sido sentarle las costuras de modo que se acordara toda la semana.

-Nosotros juzgamos así, pero Dios nos juzga de otra manera. Si hubiera que azotar a este muchacho por una manzana, ¿qué habría que hacer con nosotros, por nuestros pecados? -replicó el zapatero.

La anciana guardó silencio. Entonces Mijail le contó la parábola del acreedor que perdonó la deuda y del deudor que quiso matar al que le había favorecido. La vieja y el muchacho lo escucharon con atención.

-Dios nos manda perdonar, porque de otro modo no seremos perdonados -prosiguió Mijail-. Hay que perdonar a todos y, principalmente, a los que no saben lo que hacen.

Cuentos selectos - León Tolstoi



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