De
pronto vió detenerse, precisamente frente a su ventana, a una anciana
vendedora ambulante, que llevaba una cestita con manzanas. Quedaban
pocas; sin duda había vendido ya la mayor parte. Además, iba cargada de
un saco de ramitas secas, que debía de haber recogido en los
alrededores de alguna fábrica de carbón. Probablemente, regresaba a su
casa. Al parecer, el saco le hacía daño en el hombro y quería
cambiárselo al otro, para lo cual lo dejó en el suelo, puso la cestita
de manzanas en el alféizar de la ventana y empezó a arreglar las
ramitas. Mientras estaba entretenida en ese menester, un golfillo que
había surgido de pronto robó una manzana y quiso escaparse. Pero la
anciana lo advirtió y, volviéndose presurosa, lo agarró por una manga.
El muchacho se debatió todo lo que pudo; sin embargo, la mujer
consiguió retenerlo, le arrancó la gorra y le dió un tirón de pelo.
El golfillo gritaba y la anciana se enfurecía por momentos. Sin perder tiempo ni siquiera en clavar la lezna, el zapatero la dejó caer al suelo y se precipitó hacia la puerta. En su carrera perdió los lentes y estuvo a punto de rodar por las escaleras. Una vez en la calle, vió que la mujer tiraba de los cabellos al mozalbete y lo golpeaba despiadadamente, amenazándole con entregarlo a un guardia,
El muchacho seguía debatiéndose y negando su delito.
-¡No he cogido nada! ¿Por qué me pegas? ¡Déjame! -gritaba.
Mijail quiso separarlos. Cogió al muchacho de la mano, diciendo:
-¡Déjale, perdónale, por Dios!
-¿Perdonarle? ¡Se acordará de mí!. Ahora mismo voy a llevarlo a la Comisaría. ¡Granuja!
-Te digo que lo dejes. No lo volverá a hacer. Déjale, en nombre de Cristo-volvió a insistir Mijail.
La vieja soltó al muchacho, que iba a echar a correr, pero el zapatero lo retuvo.
-Pide perdón a esta anciana y no vuelvas a hacer eso nunca más. Te he visto coger la manzana.
El muchacho rompió a llorar, y pidió perdón entre sollozos.
-Eso no está bien -le amonestó Mijail. Y ahora, toma una manzana que te doy yo -añadió, cogiendo de la cesta y tendiéndosela al muchacho.
-Mimas demasiado a este ratero -exclamó la vieja. Mejor hubiera sido sentarle las costuras de modo que se acordara toda la semana.
-Nosotros juzgamos así, pero Dios nos juzga de otra manera. Si hubiera que azotar a este muchacho por una manzana, ¿qué habría que hacer con nosotros, por nuestros pecados? -replicó el zapatero.
La anciana guardó silencio. Entonces Mijail le contó la parábola del acreedor que perdonó la deuda y del deudor que quiso matar al que le había favorecido. La vieja y el muchacho lo escucharon con atención.
-Dios nos manda perdonar, porque de otro modo no seremos perdonados -prosiguió Mijail-. Hay que perdonar a todos y, principalmente, a los que no saben lo que hacen.
Cuentos selectos - León Tolstoi
El golfillo gritaba y la anciana se enfurecía por momentos. Sin perder tiempo ni siquiera en clavar la lezna, el zapatero la dejó caer al suelo y se precipitó hacia la puerta. En su carrera perdió los lentes y estuvo a punto de rodar por las escaleras. Una vez en la calle, vió que la mujer tiraba de los cabellos al mozalbete y lo golpeaba despiadadamente, amenazándole con entregarlo a un guardia,
El muchacho seguía debatiéndose y negando su delito.
-¡No he cogido nada! ¿Por qué me pegas? ¡Déjame! -gritaba.
Mijail quiso separarlos. Cogió al muchacho de la mano, diciendo:
-¡Déjale, perdónale, por Dios!
-¿Perdonarle? ¡Se acordará de mí!. Ahora mismo voy a llevarlo a la Comisaría. ¡Granuja!
-Te digo que lo dejes. No lo volverá a hacer. Déjale, en nombre de Cristo-volvió a insistir Mijail.
La vieja soltó al muchacho, que iba a echar a correr, pero el zapatero lo retuvo.
-Pide perdón a esta anciana y no vuelvas a hacer eso nunca más. Te he visto coger la manzana.
El muchacho rompió a llorar, y pidió perdón entre sollozos.
-Eso no está bien -le amonestó Mijail. Y ahora, toma una manzana que te doy yo -añadió, cogiendo de la cesta y tendiéndosela al muchacho.
-Mimas demasiado a este ratero -exclamó la vieja. Mejor hubiera sido sentarle las costuras de modo que se acordara toda la semana.
-Nosotros juzgamos así, pero Dios nos juzga de otra manera. Si hubiera que azotar a este muchacho por una manzana, ¿qué habría que hacer con nosotros, por nuestros pecados? -replicó el zapatero.
La anciana guardó silencio. Entonces Mijail le contó la parábola del acreedor que perdonó la deuda y del deudor que quiso matar al que le había favorecido. La vieja y el muchacho lo escucharon con atención.
-Dios nos manda perdonar, porque de otro modo no seremos perdonados -prosiguió Mijail-. Hay que perdonar a todos y, principalmente, a los que no saben lo que hacen.
Cuentos selectos - León Tolstoi
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.