miércoles, 22 de julio de 2015

Isabel y el humor

"Somos gente con sentido del humor y nos gusta reírnos, aunque en el
fondo preferimos la seriedad. Del presidente Jorge Alessandri (1958–1964),
un solterón neurótico, que sólo bebía agua mineral, no permitía que se
fumara en su presencia y andaba invierno y verano con abrigo y bufanda, la
gente decía con admiración: «¡Qué triste está don Jorge!». Eso nos
tranquilizaba, porque era signo de que estábamos en buenas manos: las de un
hombre serio, o mejor aún, las de un viejo depresivo que no perdía su
tiempo con alegría inútil. Esto no quita que la desgracia nos parezca
divertida; afinamos el sentido del humor cuando las cosas andan mal y como
siempre nos parece que andan mal, nos reímos a menudo. Así compensamos un
poco nuestra vocación de quejarnos por todo. La popularidad de un personaje
se mide por los chistes que provoca; dicen que el presidente Salvador
Allende inventaba chistes sobre él mismo –algunos bastante subidos de
color– y los echaba a rodar. Durante muchos años mantuve una columna en una
revista y un programa de televisión con pretensiones humorísticas, que
fueron tolerados porque no había mucha competencia, ya que en Chile hasta
los payasos son melancólicos. Años más tarde, cuando empecé a publicar una
columna similar para un periódico en Venezuela, cayó pésimo y me eché un
montón de enemigos encima, porque el humor de los venezolanos es más
directo y menos cruel.
 Mi familia se distingue por las bromas pesadas, pero carece de
refinamiento en materia de humor; los únicos chistes que entiende son los
cuentos alemanes de don Otto. Veamos uno: una señorita muy elegante suelta
una involuntaria ventosidad y para disimular hace ruido con los zapatos,
entonces don Otto le dice (con acento alemán): «Romperás un zapato,
romperás el otro, pero nunca harás el ruido que hiciste con el poto». Al
escribir esto, lloro de risa. He tratado de contárselo a mi marido, pero la
rima es intraducible y además en California un chiste racista no tiene la
menor gracia. Me crié con chistes de gallegos, judíos y turcos. Nuestro
humor es negro, no dejamos pasar ocasión de burlarnos de los demás, sea
quien sea: sordomudos, retardados, epilépticos, gente de color,
homosexuales, curas, «rotos», etc. Tenemos chistes de todas las religiones
y razas.
 Oí por primera vez la expresión politically correct a los cuarenta y
cinco años y no he logrado explicar a mis amigos o mis parientes en Chile
lo que eso significa. Una vez quise conseguir en California un perro de
esos que adiestran para los ciegos pero que son descartados porque no pasan
las duras pruebas del entrenamiento. En mi solicitud tuve la mala idea de
mencionar que quería uno de los canes «rechazados» y a vuelta de correo
recibí una seca nota informándome que no se usa el término «rechazado», se
dice que el animal «ha cambiado de carrera». ¡Vaya uno a explicar eso en
Chile!
Mi matrimonio mixto con un gringo americano no ha sido del todo malo;
nos avenimos, aunque la mayor parte del tiempo ninguno de los dos tiene
idea de qué habla el otro, porque siempre estamos dispuestos a darnos
 mutuamente el beneficio de la duda. El mayor inconveniente es que no
compartimos el sentido del humor; Willie no puede creer que en castellano
suelo ser graciosa y por mi parte nunca sé de qué diablos se ríe él. Lo
único que nos divierte al unísono son los discursos improvisados del
presidente George W. Bush."

Mi país inventado - Isabel Allende



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