lunes, 15 de diciembre de 2014

culpables de no saber

"Desde muy temprano supe que uno podía hacer cosas malas en contra de su voluntad, y no tardé mucho en descubrir que se pueden hacer cosas malas sin llegar a saber nunca qué era lo malo o por qué lo era. Había pecados tan sutiles que no tenían explicación posible, y había otros que eran demasiado terribles y que no podían ni siquiera mencionarse. Por ejemplo, el sexo, que siempre barboteaba bajo la superficie de las cosas, y que de pronto  fue pasto de una gran llamarada cuando yo tenía unos doce años.
El algunos colegios preparatorios, la homosexualidad no es un problema, pero creo que en St Cyprian había pasado a considerarse de "mal tono" debido a la presencia de chicos sudamericanos, que tal vez maduraban uno o dos años antes que cualquier muchacho inglés. A aquella edad, a mí eso no me interesaba, de modo que desconocía en realidad qué estaba sucediendo, aunque supongo que no pasaban de ser masturbaciones en grupo. En cualquier caso,  un buen día se desató una tempestad sobre nuestras cabezas. Hubo citaciones, interrogaciones, confesiones, azotainas, arrepentimientos, solemnes sermones de los que no entendíamos nada, salvo que algún pecado sin redención posible, calificado de "porquería" o "bestialidad", se había cometido entre nosotros. Uno de los cabecillas, un muchacho llamado Horne, fue azotado, según testigos presenciales, durante nada menos que un cuarto de hora, antes de ser expulsado del colegio. Sus alaridos se oyeron por todo el edificio. Pero es que estábamos todos implicados, o nos considerábamos implicados de un modo u otro. La culpabilidad parecía suspensa en el aire como un velo, como el humo. Un imbécil de solemnidad, un profesor ayudante que con el tiempo iba a ser parlamentario, se llevó a los alumnos de más edad a una sala cerrada y les endilgó una charla sobre el Templo del Cuerpo.
-No os dáis cuenta de que vuestro cuerpo es algo maravilloso? -dijo con gravedad- Habláis de vuestros coches, de vuestros  fenomenales Rolls Royce, Daimler etc. ¿No comprendéis que ningún motor podrá compararse jamás con la excelsitud de vuestro cuerpo? ¡ Y váis y lo echáis a perder, lo destrozáis, ...de por vida!
Clavó en mí sus ojos cavernosos y exclamó con tristeza.
- Y precisamente tú, a quién siempre había considerado como una persona decente, aunque a tu manera, tú, tengo entendido, eres uno de los peores.
Sentí que caía sobre mí la condenación. Así pues, también yo era culpable. También yo había cometido el hecho indecible, fuera lo que fuese, que nos destrozaba de por vida en cuerpo y alma, que había de terminar en el suicidio o en el manicomio. Hasta este momento había yo mantenido la esperanza de ser inocente, pero la convicción del pecado que en ese momento se apoderó de mí fue tanto más intensa por no tener ni la más remota idea de qué era lo que había hecho. No me encontraba yo entre los que habían sido interrogados y azotados, y hasta que terminó toda la trifulca nunca llegué a saber cuál era el trivial accidente que había relacionado mi nombre con lo acontecido. Ni siquiera entonces entendí nada. Hasta unos dos años más tarde no acerté a comprender del todo a qué hizo referencia aquella charla sobre el Templo del Cuerpo."
En aquel entonces yo atravesaba una fase casi totalmente asexual, cosa que es normal, o al menos corriente, en los chicos de mi edad. Me encontraba por tanto en situación de saber y de no saber eso que antes se llamaba las realidades de la vida."

El león y el unicornio y otros ensayos - George Orwell



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