"Kristóf Kömives despreciaba el nerviosismo, lo consideraba en cierto modo algo inmoral. No era muy consciente de su desprecio, pero en el fondo, de una manera indefinida y oscura, consideraba que una persona honrada y virtuosa no puede ponerse nerviosa - con la excepción, claro está, de los enfermos que han desarrollado o heredado tal nerviosismo- , y pensaba que era una excusa despreciable, una defensa barata y superficial, propia de la época, para eludir con facilidad cualquier responsabilidad.
Una persona puede estar sana o enferma, pero en ningún caso puede estar nerviosa: ésta era su opinión, y la expresaba incluso desde su puesto de juez. El mundo entero le parecía nervioso, quejumbroso e irresponsable, incapaz, entre lamentos y objeciones, de frenar sus deseos. Sentía un enorme desprecio por los matrimonios "modernos" que se dejaban llevar por los nervios, consideraba que los esposos corrían con demasiada facilidad a presentarse ante el juez para que los separase. Despreciaba profundamente a esos "pecadores nerviosos" que alegaban en su defensa traumas de la infancia y la juventud, y juraban que habían actuado en contra de su voluntad, forzados al pecado por inclinaciones e impulsos irrefrenables.
Krisóf Kömives no creía en los impulsos irrefrenables: la vida es un deber, un deber ineludible; por supuesto, es un deber penoso y complejo, un deber que en ocasiones debe afrontarse con abnegación. Tal era su convencimiento. Podía experimentar pena por la gente, pero era incapaz de absolver a nadie. Creía en la fuerza de la voluntad. La voluntad es todo, solía afirmar, la voluntad y la obediencia asumidas de forma espontánea con un nombre más suave: humildad."
Divorcio en Buda - Sándor Márai
Una persona puede estar sana o enferma, pero en ningún caso puede estar nerviosa: ésta era su opinión, y la expresaba incluso desde su puesto de juez. El mundo entero le parecía nervioso, quejumbroso e irresponsable, incapaz, entre lamentos y objeciones, de frenar sus deseos. Sentía un enorme desprecio por los matrimonios "modernos" que se dejaban llevar por los nervios, consideraba que los esposos corrían con demasiada facilidad a presentarse ante el juez para que los separase. Despreciaba profundamente a esos "pecadores nerviosos" que alegaban en su defensa traumas de la infancia y la juventud, y juraban que habían actuado en contra de su voluntad, forzados al pecado por inclinaciones e impulsos irrefrenables.
Krisóf Kömives no creía en los impulsos irrefrenables: la vida es un deber, un deber ineludible; por supuesto, es un deber penoso y complejo, un deber que en ocasiones debe afrontarse con abnegación. Tal era su convencimiento. Podía experimentar pena por la gente, pero era incapaz de absolver a nadie. Creía en la fuerza de la voluntad. La voluntad es todo, solía afirmar, la voluntad y la obediencia asumidas de forma espontánea con un nombre más suave: humildad."
Divorcio en Buda - Sándor Márai
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