lunes, 28 de julio de 2014

equilibrio afuera

"El jefe reprendió un día severamente a Joseph, sí :  hasta lo calumnió, llegando a llamarle estafador. ¿Por qué? Por algo relacionado, una vez más, con su pereza mental. Es un hecho que las cabezas huecas pueden ocasionar graves perjuicios en una empresa comercial. O cuentan mal, o -y esto es peor- simplemente no hacen cuenta alguna. Joseph se había visto en grandes apuros para revisar un cálculo de intereses hecho en libras esterlinas. Le faltaban unas cuantas nociones básicas para ello, y en vez de confesárselo abiertamente a su jefe -cosa que le daba vergüenza-, estampó su mendaz visto bueno al pie de la cuenta sin haberla verificado realmente. Trazó con lápiz una "M" junto al total, lo que equivalía a una confirmación pura y simple del resultado. Pero aquel mismo día, una pregunta recelosa del jefe puso al descubierto el carácter fraudulento de la revisión y la incapacidad de Jospeh para efectuar mentalmente un cálculo de ese tipo. Pues se trataba de libras esterlinas, que el joven no sabía manejar en absoluto. Merecía, según el superior, ser expulsado ignominiosamente. No era deshonroso no comprender algo, pero fingir que lo entendía sí  era, en cambio, un robo. Imposible no darle otro nombre :  Joseph debería desaparecer de pura vergüenza. ¡A qué ritmo vertiginoso latió entonces su corazón! Sintió que una ola negra y devastadora se abatía sobre toda su existencia. Su propia alma, que hasta entonces no le había parecido tan mala, empezó a sofocarlo por todos lados. Temblaba tanto que los números que acababa de trazar se le antojaron terriblemente extraños, enormes y desplazados. Pero una hora después volvió a sentirse bien y se dirigió al correo. Hacía buen tiempo, y al caminar tuvo la sensación de que todas las cosas lo besaban. Las tiernas hojitas le parecían volar a su encuentro como un enjambre acariciador y policromo. Los transeúntes, gente normal y corriente,  parecían tan hermosos que uno sentía ganas de echárseles al cuello. Feliz, paseaba su mirada por todos los jardines y el cielo abierto. ¡Qué pureza y hermosura la de esas nubes blancas, frescas! ¡ Y aquel azul intenso y tierno! Joseph no había olvidado el desolador incidente que acababa de ocurrirle: lo llevaba en su interior avergonzado, pero se le había transformado en algo indolentemente doloroso, armoniosamente fatal. Aún tembló un poco y pensó: "¡Conque es a fuerza de humillaciones como he de acceder a la alegría pura del mundo de Dios?"

El ayudante - Robert Walser


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