"Monna Serafina los llevó a una salita, y Bartolomeo expuso el propósito de su visita. La cara de Monna Serafina se oscureció.
- ¡Oh, Messer Bartolomeo! Sabéis que siempre me he negado a estas cosas. Sabéis que tengo dos niños en casa. Y nunca sabe uno con quién da.
- Lo sé, lo sé, Serafina, pero de éstos respondo yo, Piero es mi primo y será un buen amigo para Luigi.
La discusión continuó. Bartolomeo, con aquella manera suya franca y cordial, se las arregló para insinuarle a la reacia mujer que la casa era suya y que si él se empeñaba podía echarla, y que su hijo mayor dependía de él para su ascenso; pero todo esto dicho de una manera tan amistosa y tan bromista que excitó la admiración de Machiavelo. Aquel hombre, por sencillo que pareciese, no tenia ni un pelo de tonto. Serafina era pobre y no podía atreverse a dejar mal a su casero. Con una sonrisa ceñuda dijo por fin que sería muy feliz si pudiera hacerles a él y a sus amigos un servicio. Quedó convenido que Machiavelo dispondría de un cuarto y podría usar la salita. Piero se acostaría con su hijo Luigi, y se pondrían colchones para los dos criados en la azotea. La cantidad que pedía ella era elevada, y Bartolomeo lo notó, pero Machiavelo pensó que no estaría a tono con su dignidad oficial el regatear y dijo que la pagaría gustosamente. Sabía muy bien que nada predispone tanto a los demás en favor de uno como el que se les deje que le roben un poco. Las ventanas, naturalmente, no tenían cristales, pero sí postigos y mamparas de papel aceitado que podían ser abiertas del todo o en parte para dejar que entrase el aire. Había chimenea en la cocina, y la salita se calentaba con un brasero. Serafina consintió en ceder su propio cuarto a Maquiavelo, y ella con su hija se trasladaron a otro más pequeño."
Entonces y ahora - William S. Maugham
- ¡Oh, Messer Bartolomeo! Sabéis que siempre me he negado a estas cosas. Sabéis que tengo dos niños en casa. Y nunca sabe uno con quién da.
- Lo sé, lo sé, Serafina, pero de éstos respondo yo, Piero es mi primo y será un buen amigo para Luigi.
La discusión continuó. Bartolomeo, con aquella manera suya franca y cordial, se las arregló para insinuarle a la reacia mujer que la casa era suya y que si él se empeñaba podía echarla, y que su hijo mayor dependía de él para su ascenso; pero todo esto dicho de una manera tan amistosa y tan bromista que excitó la admiración de Machiavelo. Aquel hombre, por sencillo que pareciese, no tenia ni un pelo de tonto. Serafina era pobre y no podía atreverse a dejar mal a su casero. Con una sonrisa ceñuda dijo por fin que sería muy feliz si pudiera hacerles a él y a sus amigos un servicio. Quedó convenido que Machiavelo dispondría de un cuarto y podría usar la salita. Piero se acostaría con su hijo Luigi, y se pondrían colchones para los dos criados en la azotea. La cantidad que pedía ella era elevada, y Bartolomeo lo notó, pero Machiavelo pensó que no estaría a tono con su dignidad oficial el regatear y dijo que la pagaría gustosamente. Sabía muy bien que nada predispone tanto a los demás en favor de uno como el que se les deje que le roben un poco. Las ventanas, naturalmente, no tenían cristales, pero sí postigos y mamparas de papel aceitado que podían ser abiertas del todo o en parte para dejar que entrase el aire. Había chimenea en la cocina, y la salita se calentaba con un brasero. Serafina consintió en ceder su propio cuarto a Maquiavelo, y ella con su hija se trasladaron a otro más pequeño."
Entonces y ahora - William S. Maugham