viernes, 3 de octubre de 2014

los límites de la cercanía

"Mi padre tenía sobre mí una rara influencia. ¡Qué extraña era nuestra intimidad! De mi educación no se cuidaba casi en absoluto y hablaba apenas conmigo; pero no me reñía ni me molestaba nunca, respetaba mi libertad, y era, si he de emplear la frase, diferente conmigo...; sólo que nunca trataba de atraerme hacia él.
Yo le quería y no me cansaba de mirarle. Me parecía un modelo de hombre, ¡y sabe Dios con qué entusiasmo me hubiese acogido a él, de no haber sentido constantemente su mano que me alejaba!
Por el contrario, queriendo, con una palabra, con un solo movimiento hubiera podido despertar en mi una confianza ilimitada.
Le abrí mi alma y charlé con él, como un amigo indulgente, con un educador condescendiente.        Entonces él me dejó; su mano me rechazaba, aunque amistosamente, con dulzura...
A veces se hallaba en tan alegre disposición de ánimo, que se dejaba abordar, decidido como un chiquillo a alborotar conmigo -tenía predilección por todos los ejercicios corporales-. Una vez, pero una sola y única vez, me acarició con tanta ternura que casi rompí a llorar.
Pero su buen humor, como su ternura, desaparecían sin dejar rastro, y cuanto había ocurrido entre nosotros no me daba esperanza alguna para el futuro:  era como si hubiese visto todo aquello en un sueño. Sí; observando su rostro, vivo e inteligente, mi corazón temblaba, mientras todo mi ser aspiraba a él; sucedía a veces como si él percibiese cuanto ocurría en mí, y entonces, al pasar, se cuidaba de acariciarme las mejillas y después se alejaba; ocurría también que se dedicaba a hacer cualquier cosa, o se ponía rígido, de pronto, como sólo él sabía hacerlo, y entonces, a mi vez, me encerraba en mí mismo, quedándome enteramente frío.
Los escasos accesos de su afecto hacia mí no respondían nunca a mis sordas y reiteradas insistencias, porque tenían siempre lugar de una manera inesperada.
Cuando, más adelante, he reflexionado sobre el carácter de mi padre, he llegado a la conclusión de que la vida familiar no le interesaba nada; indudablemente él amaba otra cosa, y en ello encontraba su satisfacción.
- Toma lo que puedas, pero no te confíes en los demás; hay que ser siempre dueño de sí, en esto consiste el arte de la vida- me dijo un día.
Otro día, en mi condición de joven democrático, comencé a hablar en su presencia de la libertad, (Estaba en uno de esos momentos suyos que yo llamaba buenos; entonces se le podía hablar de todo)
-Libertad -replicó- ¿Tú sabes lo que puede dar al hombre la libertad?
-¿Qué?
- La voluntad, la propia voluntad! La voluntad le dará fuerza, que es más que la libertad. Aprende a querer y serás libre y mandarás.
Mi padre, sobre todas las cosas, anhelaba vivir y vivía...Tal vez presentía que no le sería concedido gozar por mucho tiempo de su arte de vivir: murió a la edad de cuarenta y dos años."

Mi primer amor - Iván S. Turguéniev



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