lunes, 5 de mayo de 2014

pensamientos de mujer

"En cuanto terminó de comer, Shinji empezó a prepararse para salir de nuevo.  Al verle salir por segunda vez con aquel tiempo tormentoso, la madre, que estaba fregando platos, hizo una pausa y le miró fijamente, pero no se atrevió a preguntarle a dónde iba:  algo en la actitud de su hijo, incluso de espaldas, le advertía que guardara silencio.  Cuánto lamentaba no haber tenido por lo menos una hija, que estaría siempre en casa para  ayudarla en las tareas domésticas...
Los hombres van a pescar. Suben a bordo de sus barcos de cabotaje y transportan mercancías a diversos puertos. Las mujeres, que no están destinadas a lanzarse al ancho mundo, cuecen arroz, recogen algas y, cuando llega el verano, se sumergen hasta el fondo del mar. Incluso para una madre veterana entre las  buceadoras, ese mundo crepuscular del fondo marino era el mundo de las mujeres...
Ella sabía todo esto. El interior oscuro de una casa incluso a mediodía, los severos dolores del parto, la penumbra del fondo del mar: ésa era la sucesión de mundos estrechamente relacionados en los que transcurría su vida.
Recordó lo sucedido dos veranos atrás a una de las mujeres, también viuda, una mujer frágil que tenía un niño de pecho. Se había zambullido para recoger orejas de mar y, cuando se estaba secando junto a la fogata, perdió el conocimiento. Puso los ojos en blanco, se mordió los labios azulados y se desplomó. En el crepúsculo, cuando incineraron su cuerpo en el pinar, la desolación de las buceadores era tal que no podían mantenerse en pie, y permanecían acuclilladas sollozando.
Circuló un extraño rumor acerca de ese incidente, y algunas mujeres temieron seguir buceando.  Se decía que la fallecida había sido castigada porque había visto algo temible en el fondo del mar, algo que los seres humanos no pueden ver.
La madre de Shinji hizo oídos sordos al rumor y se zambulló cada vez a más profundidad para obtener mayores capturas de la temporada.  Nunca le habían inquietado las presencias desconocidas.
Ni siquiera estos recuerdos podían hacer mella en su buen humor:  presumía de su buena salud, y el rugido de la tormenta en el exterior aumentaba su sensación de bienestar, como le sucedía a su hijo.
Cuando terminó de fregar los platos, abrió las anchas faldas de su kimono, se sentó con las piernas desnudas extendidas hacia adelante y examinó minuciosamente a la luz que penetraba por las crepitantes ventanas. No había una sola arruga en los muslos maduros, espléndidamente torneados y cuya piel casi reluciente tenía el color del ámbar.
"A juzgar por cómo me conservo, aún podría tener otros cuatro o cinco hijos" , pensó, pero en seguida el arrepentimiento embargó su virtuoso corazón.
Se apresuró a cubrirse con la prenda de vestir e hizo una reverencia ante la tablilla funeraria de su marido en el altarcillo doméstico."

El rumor del oleaje - Yukio Mishima


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