miércoles, 25 de septiembre de 2013

descubrimientos indeterminados

"El piquete se formó, se cuadró. Hladik, de pie contra la pared del cuartel, esperó la descarga. Alguien temió que la pared quedara maculada de sangre; entonces le ordenaron al reo que avanzara unos pasos. Hladik, absurdamente, recordó las vacilaciones preliminares de los fotógrafos. Una pesada gota de lluvia rozó una de las sienes de Hladik y rodó lentamente por su mejilla; el sargento vociferó la orden final.
El universo físico se detuvo.
Las armas convergían sobre Hladik, pero los hombres que iban a matarlo estaban inmóviles. El brazo del sargento eternizaba un ademán inconcluso. En una baldosa del patio una abeja proyectaba una sombra fija. El viento había cesado, como en un cuadro. Hladik ensayó un grito, una sílaba, la torsión de una mano. Comprendió que estaba paralizado. No le llegaba ni el más mínimo rumor del impedido mundo. Pensó estoy en el infierno, estoy muerto. Pensó estoy loco. Pensó el tiempo se ha detenido. Luego reflexionó que en tal caso, también se hubiera detenido su pensamiento. Quiso ponerlo a prueba: repitió (sin mover los labios) la misteriosa égloga de Virgilio. Imaginó que ya los remotos soldados compartían su angustia; anheló comunicarse con ellos. Le asombró no sentir ninguna fatiga, ni siguiera el vértigo de su larga inmovilidad. Durmió, al cabo de un plazo indeterminado. Al despertar el mundo seguía inmóvil y sordo. En su mejilla perduraba la gota de agua, en el patio la sombra de la abeja, el humo del cigarrillo que había tirado no acababa nunca de dispersarse. Otro "día" pasó, antes que Hladik entendiera.  Un año entero había solicitado de Dios para terminar su labor: un año le entregaba su omnipotencia. Dios operaba para él un milagro secreto: lo mataría el plomo germánico, en la hora determinada, pero en su mente un año transcurriría entre el orden y la ejecución de la orden. De la perplejidad pasó al estupor, del estupor a la resignación, e la resignación a la súbita gratitud.
No disponía de otro documento que la memoria, el aprendizaje de cada hexámetro que agregaba le impuso un afortunado rigor que no sospechan quienes aventuran y olvidan párrafos interinos y vagos.
No trabajó para la posteridad ni aún para Dios, de cuyas preferencias literarias poco sabía. Minucioso, inmóvil, secreto, urdió en el tiempo su laberinto invisible. Rehizo el acto dos veces. Borró algún símbolo demasiado evidente: las repetidas campanadas, la música.  Ninguna circunstancia lo importunaba. Omitió, abrevió, amplificó; en algún caso, optó por la versión primitiva. Llegó a querer el patio, el cuartel; uno de los rostros que lo enfrentaban modificó su concepción del carácter de Roemerstadt. Descubrió que las arduas cacofonías que alarmaron tanto a Flaubert son meras superticiones visuales: debilidades y molestias de la palabra escrita, no de la palabra sonora... Dio término a su drama:  no le faltaba resolver sino un solo epíteto. Lo encontró; la gota de agua resbaló en su mejilla. Inició su grito enloquecido, movió la cara, la cuádruple descarga lo derribó.
Jaromir Hladik murió el veintinueve de marzo, a las nueve y dos minutos de la mañana."

Ficciones - Jorge Luis Borges


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