viernes, 18 de diciembre de 2015

ignorancia peligrosa

"El jefe del pueblo, un hombre de cincuenta años, estaba sentado con las piernas cruzadas en medio de la estancia, cerca del carbón que ardía en un hogar excavado en la propia tierra; inspeccionaba mi violín. En el equipaje de los dos "muchachos de ciudad" que éramos para él Luo y yo, era el único objeto del que parecía emanar cierto sabor extranjero, un olor a civilización capaz de despertar las sospechas de los aldeanos.
Un campesino se acercó con la lámpara de petróleo para facilitar la identificación del objeto. El jefe levantó verticalmente el violín y examinó las negras efes de la caja, como un aduanero minucioso que buscara droga. Advertí tres gotas de sangre en su ojo izquierdo, una grande y dos pequeñas, todas del mismo color rojo vivo.
Luego, alzó el instrumento a la altura de sus ojos y lo sacudió con frenesí, como si aguardara que algo cayese del fondo oscuro de la caja de resonancia. Tuve la impresión de que las cuerdas iban a romperse de pronto y los puentes, a saltar en pedazos.
Casi toda la aldea estaba allí, bajo el tejado de aquella casa sobre pilotes perdida en la cima de la montaña.
Hombres, mujeres y niños rebullían en su interior, se agarraban a las ventanas, se apretujaban ante la puerta. Como nada caía del instrumento, el jefe aproximó la nariz al agujero negro y lo olisqueó un buen rato. Varios pelos gruesos, largos y sucios que sobresalían del orificio izquierdo comenzaron a temblequear. Y seguían sin aparecer nuevos indicios.
Hizo correr sus callosos dedos por una cuerda, luego por otra... La resonancia de un sonido dejó petrificada, a la multitud, como si aquella vibración la forzara a una actitud casi respetuosa.
- Es un juguete - dijo el jefe con solemnidad.
El veredicto nos dejó, a Luo y a mí mudos. Intercambiamos una mirada furtiva, aunque inquieta. Me pregunté como iba a acabar aquello.
Un campesino tomó el "juguete" de las manos del jefe, martilló con el puño el dorso de la caja y luego lo pasó a otro. Durante un rato mi violín circuló entre la multitud. Nadie se ocupaba de nosotros, los dos muchachos de ciudad, frágiles, delgados, fatigados y ridículos. Habíamos caminado todo el día por la montaña y nuestras ropas, nuestros rostros y nuestros cabellos estaban cubiertos de barro. Parecíamos dos soldaditos reaccionarios de una película de propaganda, capturados por una horda de campesinos comunistas tras una batalla perdida.
- Un juguete de imbéciles- dijo una mujer con  voz ronca.
- No - rectificó el jefe -. un juguete burgués, llegado de la ciudad.
Me invadió el frío pese a la gran hoguera en el centro de la estancia. Escuché al jefe añadir.
- ¡Hay que quemarlo!
La orden provocó de inmediato una viva reacción en la muchedumbre. Todo el mundo hablaba, gritaba, se empujaba:  cada cual intentaba apoderarse del "juguete" para tener el placer de arrojarlo al fuego con sus propias manos."

Balzac y la joven costurera china  - Sijie Dai



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