lunes, 18 de mayo de 2015

su follaje murmuró no sé qué secreto

"Un mes después, se elevaba sobre la tumba de la difunta una capilla con altar de madera preciosa, ricamente tallado. En la del cochero, un montón de tierra, cubierto ya de césped y malezas, era la única señal de una existencia que pasó.
- Cometes un pecado capital, Serioga, si no compras una lápida para ponerla en la tumba del tío Fedor - dijo un día la cocinera al mancebo -, Muchas veces has prometido hacerlo antes de que pasara el invierno. ¿Porqué no cumples tu palabra? - Recuerda que lo prometistes al difunto en presencia mía y de otras personas que viven aún. ¿No has escarmentado con que se te haya aparecido su ánima una vez? Mira, si no compras pronto esa piedra, Serioga, se te va a aparecer otra vez y es capaz aun de estrangularte.
- ¿Y porqué habría de estrangularme? ¿He renunciado acaso a cumplir con lo prometido? No, Natasia, la piedra habré de comprarla. Con rublo y medio salgo del apuro. Lo que pasa es que no hay quien pueda traerla. ¡Deje usted que se me presente una oportunidad, y acá vendrá a dar la piedra, Nastasia!
- Bien podías cuando menos haberle puesto una cruz. Por Dios que haces mal. Sobre todo que las botas te han servido, ¿no es verdad? - dijo otro de los cocheros presentes.
- ¿ Y de dónde he de haber yo una cruz? ¡No voy a hacerla de un leño!
- ¡Vamos hombre qué estás diciendo! ¿No puedes conseguir un hacha y marcharte cualquier mañana de éstas, de madrugada, al bosque? El otro día quebré un balancín. Bueno, corté un árbol y a los pocos días había tallado uno nuevo, admirable. Te juro que nadie me dijo nada.
Apuntaba apenas la aurora del día siguiente, cuando Serioga terció el hacha y se encaminó al bosque. Un velo tenue de rocío no iluminado aún por el sol se extendía sobre la tierra. Insensiblemente, casi, fue aclarándose el Oriente, y su luz lejana invadía más y más el firmamento cubierto de nubecillas transparentes. Ni una hoja de árbol, ni siquiera el césped, se movía. Rara vez se oían alas en la espesura de la fronda. Una u otra hoja rompía el silencio.
Repentinamente, un ruido extraño a la naturaleza se propagó y fue a morir en los lindes de la soledad. Volvió a sonar, uniforme, sobre el tronco de uno de los árboles inmóviles. Una copa vibró de un modo extraordinario; su follaje, grávido de savia, murmuró no sé qué secreto, y la cucurruca que allí se guarecía cambió dos veces de lugar, lanzó un silbido, y tras de sacudir la cola fue a refugiarse en otro árbol.
Abajo seguía resonando el hacha sordamente. Las astillas jugosas caían sobre la yerba bañada de húmedo rocío. A los golpes implacables sucedió de pronto un estruendo. El árbol tembló; cabeceó su corpulencia; se irguió altivamente, y, tambaleante, lleno de pavor, cayó rígido al suelo.
Desaparecieron el ruido del hacha y de los pasos. La cucurruca silbó otra vez y voló más alto. La rama que había rozado con sus alas tembló un instante y se inmovilizó.
Los árboles con sus frondas tranquilas elevábanse más majestuosamente en el anchuroso espacio. Los primeros rayos del sol traspasaron las nubes y resplandecieron sobre el cielo, recorriendo veloces la tierra. La niebla se resolvió en ondas, y corrió por los arroyos y quebradas. El rocío brillaba juguetón sobre lo verde. Las nubes bogaban blancas y presurosas por la bóveda celeste. Las aves se agitaban con alboroto en el bosque; gorjeaban una canción de ventura. Las hojas murmuraban, serenamente regocijadas, y los ramajes de los árboles vivientes que quedaban en torno, se movían lenta y majestuosamente por encima del árbol muerto."

Tres muertes - León Tolstoi


No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.