viernes, 12 de febrero de 2016

amor joven

"Cierta primavera, una repentina e inesperada riada soltó los hielos del río Berounka antes que las de otros ríos, y cerca del pueblo de Modrany se creó una enorme barrera de hielo que amenazaba con una inundación.  Tuvieron que acudir los soldados y partir a tiros los témpanos de hielo amontonados. Las detonaciones se sentían hasta en Praga y los puentes estaban repletos de gente.
Yo también miraba desde un puente, lleno de curiosidad, la desierta pista de hielo donde precisamente aquel invierno iba a patinar casi a diario. A veces incluso con una encantadora muchacha, que llevaba un precioso peinado pero ya un poco pasado de moda. Dos moñitos color avellana sobre las orejitas. Se entregó a mí y a mi dudoso arte de patinar y cogidos de la mano circulábamos por la espaciosa pista.  Estaba limitada por la nieve barrida,  y en las esquinas había unos frescos árboles de Navidad, adornados con cintas de papel coloreado.
Sobre el largo banco en que atábamos los patines o nos calzábamos los zapatos con patines había también un viejo tocadiscos, con una enorme trompeta azul celeste.  Al lado estaba una barraca, en la que cobraban una entrada mínima y preparaban el té.
Al cabo de un momento, después de las detonaciones, llegaron las primeras olas y, con un tremendo estampido, se rompió la placa de hielo sobre la superficie.  Fue un espectáculo fascinante. Los abetos cayeron a la corriente y los témpanos de hielo, que jugaban flotando, a veces los sujetaban y los ponían de pie con sus cantos, llevándoselos luego a toda prisa. Pero también se llevaban todo lo demás. Incluso la alegría de los momentos fugaces en que se sentía muy dentro la proximidad de una chica bonita y el placer de circular con elegancia; al menos, eso me parecía a mí. [...] Con el hielo flotante se me escapaba también la jovencita, y en el preciso momento en que ya estaba a punto de enamorarme de ella. Después de una larga vacilación, me reveló su nombre. Confesó que vivía en el barrio de Hradcany, pero no me dijo dónde. Manifestó de paso que estudiaba en el instituto, pero no me dijo cuál. Me permitió acompañarla al barrio de Klarov. Allí se subió a un tranvía, me sonrió dulcemente, y no la vi hasta al cabo de unos días, cuando la descubrí, feliz, entre la muchedumbre de gente que patinaba en el hielo. Tenía miedo de su estricta madre, que la cuidaba como oro en paño y que seguramente le tenía prohibido patinar, y le asustó la idea irreflexiva de esperarla delante de su casa. [...] Es verdad que lo de patinar no era mi fuerte, pero en cambio sabía hablar bien. Y por eso no dudaba que lograría convencer a la chica. Como ya he revelado la primavera se me anticipó.
La muchacha se marchó flotando con las aguas primaverales. ¡Lástima! Así que sólo me quedaron los recuerdos de cómo me arrodillaba a sus pies y le abrochaba torpemente las botas altas, lamentando que las botas de patinar no fueran más altas todavía.
Tuve la suerte de, puesto de rodillas, entrever bajo su falda plisada, allí donde acababa la media, un pequeño círculo de su desnudez que involuntariamente dejaba descubierta la orla de su media, un poco arrugada. Aquél era el único premio por mis servicios y por las bellas palabras que susurraba entre aquellos dos moñitos.
Cuando al atardecer ya había llevado a la chica al banco, se me aparecía en la oscuridad el círculo luminoso que en el cielo del cuerpo de la muchacha me hacía pensar en la luna creciente."

Toda la belleza del mundo - Jaroslav Seifert


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